miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo 1 LA ALUCINACIÓN POR APRENDER

- Figúrese licenciado lo que hubiera sido de esta pobre criatura, mi vecina se lo iba a echar a los puercos....  Había dicho sin más la lavandera.
Pascal Lezama intentó huir de esa visión que sugerida por la frase, que no lograba entender bien. Imaginó los tres camiones que habría tenido que abordar aquella  mujer para llegar hasta su casa  y  el alegre convencimiento con que asumía la adopción de un hijo más.  
-Pero  lueguitito me fui al registro,  pa´ evitar dificultades.  ¡Si viera cómo estaba de  sucio¡….. ¡Y cómo lloraba¡
- Ora que como no está la señora, se lo voy a dejar en el rincón, que alcabo viene bien dormidito, pero si le da lata nomás.. ¡ Echemi un grititu ¡
No era necesario esperar a que regresara ninguna señora para hacerla cargar una bolsa con frijoles o azúcar, dar más dinero por menos ropa limpia o atravesar, a bordo de una frase repetida como: “pueblo maravilloso éste”, al otro lado de una tarde de viernes. Un sentimiento de admiración y envidia se apoderó de Pascal Lezama durante unos segundos  y más tarde, el temor al reclamo que surgiría con el  primer quejido, si la criatura despertaba,  algo así como: “ y tú,  en concreto, ¿qué acto has hecho por otro ser humano que te haga mejor que ella?”
Pascal pensó que nunca se había conmovido a tal grado por nadie,  que podía entristecerse viendo una película o fingir amores tortuosos al escribir un poema, gastar una pequeña fortuna en un piano bar, pero que en realidad todo sucedía con un disfraz de palabras para no verse comprometido a nada.
Claro que podía intentar una meditación inútil que involucrara la Declaración Universal de los Derechos del Hombre y el castigo a todos los culpables de la pobreza en el mundo, o también podía olvidarse de todo esto para ser testigo de un asesinato,  o estar en Disneylandia con sólo apretar un botón  desde su cama. Pero tratar de encontrarse en vidas prestadas o imaginarse otro, entre anuncio y anuncio de la televisión, era caer en lo mismo y ser uno más de los millones de espectadores inútiles que hay en el mundo.
Pascal Lezama tenía una forma complicada de existir y un desorden muy grande. Su circunstancia hablaba cada día,  y él  la escuchaba y la dejaba ser; su vida estaba hecha por el recuerdo de lo que había pasado y la presencia, de alguna u otra forma, de todo eso.
La felicidad posible se había estacionado en una “edad de oro” en la que tenía libros, un trabajo fácil, cigarros, hacía poemas, veía a sus hijos, platicaba con ellos, conocía a personas que nunca se quedaban y todo tenía una “estabilidad” muy entendible para los que eran iguales.
Tal vez hubiera podido dar otro sentido a su existencia si esa aventura que imaginaba se hubiese descifrado alguna vez.  Si realmente la sonrisa fuese la llave de una historia que llega a cambiarlo todo, o si Ofelia no se hubiera ido y el recuerdo no insistiera en seguir asaltando por su cuenta.
Pascal pensó que por lo menos su alucinación por aprender había permanecido; que pasar  las mañanas leyendo y  tomando una taza  café – no hacía falta más  – y sintiendo orgullo de descubrir cosas como el origen de una palabra o las sensaciones del hombre primitivo,  no había sido tan  malo.
Calcular que las estrellas que aún brillan no existen ya más, y pensar si después de tanto tiempo tendrían algo así como un cansancio de existir y mucho que contar.  Saber que el tamaño del universo o del micro es algo imposible de imaginar, o  disfrutar cosas tan simples como escuchar “Amapola” y sentirse triste sin saber bien por qué, habían sido signos distintivos en su vida  y  formas de escaparse.
Pascal pensaba que todos los demás - “todos” eran sólo las pocas gentes que estaban cerca -  comprendían esa forma de ser como quien disfruta la música sin descifrar las notas, en la pura aceptación de platicar la vida e irla pasando.
Por otra parte, su inconciencia no era tanta como para no calcular el precio de pedir un favor, preocuparse por encontrar trabajo, o seguir viviendo con miedo hacia la carencia o la muerte. Pensaba que “algo” de esa manera de vivir se había quedado dentro de él, “algo” que era valioso, y que unos  tenían unas cosas, otros otras, sin que  al final nadie se llevara nada. 
Todo esto resultaba un poco complicado, porque siempre había tratado de complacer a todo el mundo y como dice el tango: “jugar de casi pierdo, para estar más cerca del corazón”, por una necesidad de ser entendido o escuchado, que se remontaba a mucho tiempo atrás.
¡ Que desperdicio ¡
Había dicho una vez Ofelia, al cerrar la puerta del viejo coche que Pascal había bautizado como el Enterprise. Se refería a un contacto con el mundo real, imposiblemente real, donde tal vez Pascal Lezama pudo haber tenido éxito.
No encontrar sentido a su existencia después de haber escuchado a la sirvienta, y saber que no tenía un cuestionamiento claro, ni siquiera una protesta o enojo en contra del mundo, era algo muy grave. Se había pasado la vida siendo grato en las fiestas, solidario en los momentos tristes de sus amigos, o jurando amor eterno a una desconocida los fines de semana.
Claro que no hubiera podido sobrevivir si no hubiese una magia detrás de su desorden; si verbos como “encontrar” o “aparecer” no fueran conjugados en el tiempo por la casualidad y al momento de buscar un lápiz, no se encontrara con un sobrecito de azúcar, justo cuando el deseo de tomar un café no podía postergarse; si frente a la urgente necesidad de un cigarro, su propio desorden no le procurara el encuentro con una media cajetilla perdida en la bolsa de un saco, o si el recibo de la luz no hiciera su aparición en el lugar más insospechado, apenas unos días antes de vencerse y sólo para llegar a salvarlo.

1 comentario:

  1. Seguramente tendrás mucho éxito. Felicidades.
    Es muuuuuy grato contar con un refugio como este en internet. Un beso, Yolanda Kuri.

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