miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo 9 UNVIERNES POR LA TARDE

Julián imaginó el cadáver, mano abierta y costillar de madera, de la osamenta de un barco antiguo que había visto alguna vez, cerca de un faro, en una  playa del Perú. Solo que esta vez aparecía  en pleno bosque a un lado de ambos, sin carga nueva, ni barriles de aceite, vinagre o agua fresca. Achicando la nave mal clavada y remendando las velas, había sólo una tripulación compuesta de escenas y momentos que huían de la moral entendida más o menos a medias, las decisiones que habían delinquido por soledad y la necesidad de llegar a ser nuevo en un mundo recién descubierto. 
La presencia de Ofelia significaba para Julián la evocación de momentos vividos por ella en otras partes, pero que podían aparecer en cualquier lugar.
.Eran como esas historias a las que nacen alas y vuelven a transitar por un mismo paisaje, cediendo siempre su lugar a las nuevas.
Y en ese encallar común, donde las historias se conocían y se mostraban sin antifaz, obviando por prudencia los detalles, Ofelia dijo a Julián:
- Eres para mí todos los  hombres que me han sido, pero yo soy todas las mujeres que te serán jamás....
Como si obrara la voluntad de un dios personal, el bosque y la imaginación estaban ya de acuerdo, todo lo real no tenía peso y Ofelia misma era sólo una intención aérea que impulsaba las velas. Las historias de ambos se reunían en el abrazo y las frases de amor buscaban viento, de la misma manera que un hombre puede navegar tras una esperanza que no asegura nada, sino el impulso oportuno de otro sueño.
De regreso al departamento y profesional de la siguiente escena, Julián llegó a planear la aventura número mil de salir a la ciudad, ponerse un traje, una camisa limpia y acudir a esa cita de la que probablemente resultaría un aborto. Con mucha suerte podría rescatarse un poema al día siguiente, o el repaso de otras  historias con música de  tango.
- Hay un gran desperdicio en todo lo que haces.
Entró diciendo Ofelia sin mirarlo.
Había cambiado sus pantalones de mezclilla por una falda muy ceñida, con botones a los lados, tres de ellos sin abrochar, y se sentó sobre la cama con la pierna cruzada y exhibiendo unos zapatos negros de tacón alto. Ambos quedaron de acuerdo con sólo mirarse, y al volver a guardar la corbata en el closet, quedó a la vista un mapa de París con las rutas del metro.
Julián siempre se odiaba por no estar ahí y siempre se iba perdonando poco a poco,  gracias a la magia de Ofelia, quien dijo en ese momento:
- Hoy arderá cualquier cosa en la chimenea, quemaremos los espacios huecos y el árbol de la "feliz navidad" que nunca tuvimos, los sabihondos consejos de nuestros padres envueltos en las “Ultimas Noticias" y los poemas que aprendimos en la primaria.
- Más tarde, si quieres irte, entre los dos recogemos lo que haya quedado y nadie va a imaginar que hicimos leña de nuestro pasado...
La media transparente de Ofelia guiaba la provocación del zapato a la entrepierna,  se quitó la falda y Julián miró agradecido esa mancha de tela sobre el suelo, como el justo escenario que un profesional pone al deseo.
-Los dragones de Ucello -  dijo Ofelia - viajan a estas horas en taxis amarillos que encienden como pajas y es muy peligroso que te vayas ahora.
- Para mañana temprano – continuó diciendo -, ya contraté a San Jorge para que acabe con ellos y los convierta en mimos y limpia parabrisas  Entonces  podrás irte a donde quieras…
Julián empezó a disfrutar una forma de humedad  en su piel y a escuchar la voz suave de Ofelia intercalada con el crepitar de la madera y la rendición de ambos, el aprendizaje de milenios se sumaba para desear otra vez aquél lugar distinto que imaginaron en el bosque.
Puesto de rodillas, Julián reconoció frente a su cara la cueva y el hogar prendido hacía milenios, en el refugio posible de un viernes por la tarde.

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