miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo 14 EL ENTENDIMIENTO MECÁNICO

 Pero por el momento y atendiendo a su necesidad, lo que más preocupaba a  Pascal era que el Enterprise fuera comprensivo y después de haber sido atendido con una carga lenta al acumulador, arrancara al día siguiente haciendo acopio de su propia leyenda.
Y es que el Enterprise era el artefacto mecánico más cerca de la comprensión humana. Sufrido jamelgo de acero en cuatro llantas, el primero y último coche que logró comprarse Julián, era un viejo Dodge que circulaba con documentos a medias y esa dignidad que tienen los viejos cuando visten con su único traje. Circulaba como afirmando con orgullo: he vivido.
Sin luz en una calavera, pero iluminado por las conversaciones que se daban dentro, el coche conocía de muchas actitudes y tenía un pasado en el que se habían subido más mujeres bellas que a la carroza de Casanova en la corte de Luis XVI.
Por otra parte, su cajuela guardaba la intención indeclinable, de algún día poner orden y sacar de ahí el saco al que había que ponerle uno de los  botones, o el traje que, camino a la tintorería, aguardaba pacientemente su momento de ser sometido a un lavado en seco.
Veterano de corralones de tránsito, demócrata por razones emotivas, enfermo de la transmisión y con algunos achaques, todavía tenía humor de rechinar en las mañanas y paciencia suficiente para que cualquier niño le pudiera apretar algunos botones, sin que por esto se afectara en nada su heroico funcionamiento.
Conocedor de colonias elegantes lo mismo que de barrios populares, el Entrerprise estaba siempre dispuesto a ser cortés y dar aventón, a responder en tercera si había que ahorrar gasolina, y bien podría decirse que asumía toda la prudencia que por buen consejo le había dado su dueño.
No le espantaban las rutas estelares del pensamiento, porque era capaz de seguir inmutable por una avenida imposiblemente real, cuando él que manejaba iba mentalmente en sentido contrario y el Entrerprise tenía que resolver casi solo.
Parecía que apreciaba la belleza del paisaje y que  le estimulaba, en la subidas, ver  zonas arboladas.  Trataba de enfriarse para llegar con bien a su destino, porque “viajar” por Las Lomas, subir a Tecamachalco o La Herradura, era como enterarse, en razón de los otros coches, sobre la manera aburrida de vivir que tenía la supuesta “burguesía ilustrada”. Todo esto porque bastaba ver la manera en que estaban perfectamente estacionados, limpios y hasta con brillo los otros automóviles,  les faltaba experiencia, “calle” como dicen en Buenos Aires, no habían sufrido nunca por ser de lujo,  habían pertenecido a un solo dueño, y no tenían una historia que contar.
Además de todas esta cualidades, el Enterprise guardaba en el piso de  su asiento de atrás,  toda una infinidad de objetos insospechadas, donde era posible encontrar desde un dato hemerográfico, hasta un casco de Coca-Cola, pasando por dos o más cigarros sueltos, indispensables  a altas horas de la noche y cuando ya todo está cerrado, así como un  sombrero para cambiar con un toque, toda la personalidad del conductor.
El Enterprise conservaba la vieja dignidad de sus ocho cilindros y también la certeza de que después de todas las aventuras vividas con Julián Rojo, vendrían siempre otras, cada vez más cerca de las clases populares, porque su línea estaba diseñada para ser el sueño de los humildes.
Pascal Lezama volvió a echar un vistazo a la pantalla de la computadora, hizo un recuento astronómico de los posibles sueños vividos por su personaje abordo de esa “nave” y dejó pendiente lo que pasaría con él esa tarde.
Le hacían falta cigarros y no tenía humor de salir a comprarlos. Podría, sin embargo, leer el periódico con su tipografía perfecta y aparente coherencia; el mundo de ayer que debió seguir dando vueltas y que amaneció doblado en secciones sobre la mesa, contando una noticia que sucedió en cualquier lugar del planeta y que está condenada a venderse por kilo al día siguiente, utilizarse como combustible, o envolver  clavos en alguna tlapalería. 
¿Cómo entender algo?, si en una sección se informaba que una masacre de elefantes se estaba dando para financiar la guerra en un país africano, y en la primera plana aparecían frases como "habrá cambios profundos", "se fortaleció lo estratégico",  "se divisan horizontes promisorios".
La función de cualquier ser pensante que habitara esta ciudad, además de llorar por las desgracias que azotan a la entrada al siglo XXI, sería la de estar en desacuerdo con el desorden de los pensamientos y las contradicciones que derivan de una crisis,  abandonar su preocupación por encontrar lo objetivo y no sentirse culpable por esto.  Toda intención de cambio tendría que ser incierta, si es que se decía la verdad. La mayoría de los habitantes de este país habían caído en la desesperanza.
¿Cómo saber de que lado estaban los preocupados por la defensa de la democracia o  los que hacían eco, como en un naufragio, de un "sálvese quien pueda?  De cualquier manera, los más de los lectores del periódico estaban condenados a aprovechar las “increíbles ofertas” que estiran la quincena y a seguir adelante.
Pascal leyó su horóscopo en la página de sociales y sintió ganas de demandar a  los astros por ser tan mentirosos e irresponsables, y hacer ver siempre  las cosas tan fáciles. Se preguntó  cuáles otras podían ser las armas con que se debía salir a luchar en esta enorme ciudad y conseguir ese trabajo que se había prometido…
Julián, por su parte, no quería entender nada de lo que pensaba Pascal, quien siempre le había parecido una persona muy complicada. Lo único que realmente le importaba era si en la calle estaba estacionado el Enterprice, cómplice fiel de sus aventuras.
  Le preocupaba muy poco la descripción que alguien hubiera escrito del coche, porque Julián tenía una cita y necesitaba quedar escrito en la computadora para que así fuera, de manera que se  buscó a sí mismo al final de la descripción hasta encontrar el párrafo.
“Por fin, después de haberse peinado con espray y boleado los zapatos, Julián miró el marcador de gasolina ya muy cerca del empty, rezó un padre nuestro,  dio dos pedalazos al acelerador y salió a conquistar el mundo”.
Pascal, por su parte, terminó su último cigarro al escribir este párrafo y se acostó en la mitad de la cama, aún que no estuviera Ofelia.  Lo hizo con la costumbre arraigada de llegar simplemente a dormir y dar la espalda,  apenado de haber llegado tarde y no tener nada qué decir en la mañana.
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Nota.- ¿Qué habría pasado con el  Enterprise, si no estuviera al lado de Julián? Habría acabado en un deshuesadero, en manos de un desalmado mecánico, crucificado en partes, sin que nadie adivinara nada de su historia.







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