miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo 12 UN SINIESTRO PERSONAJE

-No es justo, pero así es. Dijo de repente el desconocido.
- Es mucho más importante una papa podrida cuando se tiene hambre, que  concebir una idea noble que pueda salvar a la humanidad entera.
- Los hombres tienen prisa por salvarse y la tierra se asemeja a un campo de concentración - siguió diciendo -  después de que hizo a un lado el periódico y se sentó al extremo opuesto de la mesa sin preguntar.
Pascal pensó que aquello "de la papa podrida y el campo de concentración”,  era la escena de una vieja película y que sería muy difícil deshacerse de aquél demente que ya se había instalado.
-Lo siento mucho, tengo que ir a trabajar.
Dijo Pascal.
-No mienta.
Respondió aquel extraño.
- Le invito otro café, podemos ser amigos sólo unos minutos y no volvernos a encontrar.  Yo le pido  solamente un poco de su tiempo, que es lo que más le sobra, pero no trate de  guardar imagen conmigo.
Aquello era un asalto, Pascal se sintió descubierto y no supo qué contestar.
 - La sensibilidad es un barril sin fondo - dijo el desconocido – y aunque  tranzar con el mundo fuera lo  más inteligente, no siempre es posible. Los deseos ilimitados son insaciables y matemáticamente no se avanza a ningún fin importante que uno se proponga, si todo está englobado en el universo.
Pascal se dio cuenta que estaba frente a un loco de remate.
-!Qué más nos podría ofertar el porvenir que no fuera el pasado!, la religión ha perdido la mayor parte de su imperio, mi amigo.
Dijo sin más aquél sujeto.
Pascal sabía que en una ciudad tan grande conviven muchos locos, pero se dio cuenta que esta vez se habría encontrado con uno que en verdad, estaría recién escapado del manicomio.
- Claro que no soy un experto en el  tema, nadie lo es, por supuesto, además de que el  análisis de ciertos testimonios o documentos, siempre de dudosa autenticidad, no arrojan mucha luz al respecto.
- Pero yo propongo – dijo en voz baja y casi en un tono de complicidad - un método infalible que nos libere de la preocupación por el momento de la muerte y salve, de este acontecimiento ineludible,  al espíritu, que ni es culpable ni tiene por qué ser arrastrado con ella.
Pascal hubiera querido decirle que frente a esa preocupación universal todo el mundo tenía ya su propia teoría; que había asumido una forma de pensar a través del catecismo cuando niño,  leído los tortuosos poemas de los místicos por encargo familiar y que tenía noticias, por parte de Julián, que incluso hasta las mujeres, en algunos casos, habían realizado estudios más allá de lo aprendido en una escuela de monjas.
-Ya sé lo que está pensando, pero no se trata de eso.
 Dijo aquél sujeto, que para mayor desconcierto ni siquiera vestía o tenía un aspecto lúgubre o doctoral, sino sólo el de un hombrecillo de ojos muy vivaces, cabellos blancos y un rostro amable que parecía sostenerse en el eje de una corbata manchada con mostaza  de color azul.
  -No intento adentrarme en ninguno de los vericuetos en los que está elucubrando, ya que ni siquiera el libro tibetano de los muertos es un documento irreprochable, aún a pesar de un esfuerzo de milenios.
Continuó el personaje.
- El mundo se debate entre su necesidad de encontrar una conexión entre el origen y el destino posible, pero siempre nos remite al ámbito de lo histórico, lo social, y a todas esas formas de la cultura que hemos amontonado en siglos.  El problema es que no se decide a retomar una fe que debe estar detrás de todo esto y, lo más importante, que nos podría dar la certeza sobre un regreso seguro.
Cuestión ésta, pensó para sí mismo Pascal, que llevada a su extremo es también bastante enajenante.
           ---  Pero que consuela mucho más que la desconsoladora idea de que no hay nada después de este tiempo.
Volvió a responder el desconocido, al adivinar el pensamiento de Pascal
-Mientras se ponen de acuerdo - continuó aquél hombre - están negando el derecho a la gente común de tener "algo cierto", “alguien que se preocupe por ellos” y a cambio de eso le recetan formas de existencialismo  insustanciales y totalmente fuera de lugar, o  frases importadas de Oriente, colecciónables en fascículos y que se pueden adquirir en cualquier puesto de periódicos.
- Todas ellas son doctrinas extrañas dictadas por maestros que envían su foto por correo desde un supuesto santuario en la India, cuando en realidad viven en Nueva York o aquí a la vuelta, pero la gente queda feliz de tomar  "aspirinas-conceptos" con medio vaso de agua para aliviar la falta de inmortalidad, y de leer un instructivo que promete un mundo menos descarnado que nos reconcilie con la naturaleza.
- ¡Son unos charlatanes, mi amigo,  son unos cínicos¡
Exclamó indignado.
Pascal pensó que quizás no había otra forma de aferrase a lo trascendente, porque los hombres comunes y corrientes estaban  desprovistos de la capacidad de aislarse de los viejos conceptos aprendidos;  porque no se podía pensar en un orden universal abstracto y difícil de entender, cuando se guarda una relación con la vida de todos los días y se tiene esa sensación de incoherencia que muestra todo el tiempo el mundo concreto que precisa de asideros mucho mas simples.
Además, la ciudad no era precisamente un lugar adecuado para pensar así y salir a meditar en silencio, porque seguro te atropellaría un borracho trasnochado o un camión de la  “Ruta 100”.
- No se distraiga con otras cosas y  permítame explicarme.
Pareció regañar aquél extraño a Pascal, sin dar la menor oportunidad a ser interrumpido.
-Ya nadie recuerda haber sido inocente - y aquí su cara pareció dulcificarse - como cuando uno vivía en el vientre de su madre, desposeído de toda maldad y pleno de santas percepciones.
El discurso es ensayado y es posible que trate de vender algún seguro, pensó entonces Pascal, pero aún así y conquistado un poco por la determinación del personaje, lo dejó seguir hablando.
- Pero cómo será posible esto y de qué manera el obrero, el burócrata o la cajera de un supermercado se van a dar cuenta. Qué podemos esperar de una civilización que ha impuesto sus intereses sobre la metafísica y a la historia sobre la eternidad.
-- No, no,  mí trabajo consiste en asistir, como una  línea de comunicación tendida entre dos dimensiones, a quienes por alguna circunstancia están a punto de dejar este mundo y  procurarles un trance místico, todo esto a través de  este folleto ilustrado que puedo mostrarle ahora mismo, para que pueda escoger su mejor opción a diferentes precios.
El personaje puso sobre la mesa un cuadernillo mal impreso, gesto que aprovechó para seguir hablando.
- Aún que usted pensara que no tiene necesidad de mis servicios porque puede transitar al otro mundo sin culpas, podría yo recordarle que somos copartícipes de los tormentos y horrores que han ocurrido en todos  los lugares de suplicio, en los manicomios, en las salas de operaciones o en algún callejón,  porque todos esos actos se suman a una forma de realidad que subsiste por sí misma en lo que existe, en el ser total del que formamos parte, y esa complicidad está evidenciada porque todos respiramos el mismo el aire,  sin que ninguna de las autoridades de esta ciudad se preocupe por ésta forma de  verdadera polución espiritual.
- Mire usted, en conclusión, se trata de tener una ayuda en esa fase terminal en la que uno está apostando al eterno retorno y no puede pasar la aduana de la nada, simplemente porque no  lleva en la valija la comprensión de un tiempo y un espacio cósmico.
- Es en ese momento y no otro, mi querido amigo,  que existe la última oportunidad de volver a reconciliarnos con lo sagrado e integrarnos al universo a través de éste método ideado por un servidor.
Al decir esta última frase, pareció inclinar levemente la cabeza, como quien agradece un aplauso,  y Pascal tomó la decisión de salir huyendo del café de Woolworth.
Lamentablemente el mundo estaba compuesto por gente sin trabajo que busca las ofertas de una taza de café con rebanada gratis de pastel, en medio de una enorme ciudad y sin tiempo para pensar en la inmortalidad. Le quedaban apenas tres cigarros, tenía que cuidar el dinero para comer al medio día y para otro café,  más tarde, hasta la noche.
Pascal caminó lo más rápido que pudo hacia el Metro, con ese pensamiento igualmente apresurado que hace extraño al mundo y también lo hace cómplice. El paso de la gente era igual que siempre, nadie tenía tiempo de detenerse y el encuentro con ese loco le había quitado buena parte de la mañana. 
No tenía trabajo, eso era lo único cierto, y nadie se iba a preocupar por eso.













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