miércoles, 13 de abril de 2011

Capítulo 31 El APRENDIZ DE BRUJO

En otros espacios de la ciudad, los pájaros seguían sobreviviendo a la contaminación, los niños callejeros a su necesidad, el taxista seguía preocupado por el alza de la gasolina, y la vida de cada quién seguía  tejiendo su tela al término de la tarde.
Los milenios de evolución estaban cubiertos por el asfalto, pero seguían igualmente vivos los instintos, sin negar el origen y siendo un resultado más de su larga permanencia en la selva,  donde el brinco de un mono, gracias a un Newton que ya habitaba en él y que nosotros tardamos en descubrir, resolvía en milésimas de segundo la ecuación matemática de la oscilación de una cuerda para medir su salto,  en tanto un dientes de sable, bajo el mismo principio,  hacía un cálculo no menos complicado en espera de que el mono cometiera un error.
Si esto era cierto, el simple acto de teclear en la computadora significaba esfuerzos de organización insospechados que partían desde la prehistoria, y también la suma de la evolución en distintos seres y animales que tardó millones de años en perfeccionarse, y cuya verdadera explicación, era  desconocida aun por la ciencia.
Julián pensó que en el universo del micro, cada una de los millones de las células nerviosas que controlaban las emociones de Pascal, estaban organizadas como fábricas enormes, petroquímicas internas, gobiernos estatuidos con valores universales o cosas parecidas, y que si bien antes tomaban decisiones congruentes, ahora se verían afectadas por la droga que él mismo podría inyectarse en el capítulo siguiente, si es que lograba hacerlo caer en la trampa.
Y no importaba que él hubiese conocido a la pintora antes de que Pascal le impusiera una conducta,  los capítulos podrían reacomodarse y siendo los dos uno mismo, él podría abandonar su calidad de personaje aprovechando el caos.
Pensó que podría darse esta oportunidad porque los papeles podían invertirse y gracias al misterio que habita en cada uno, la comunidad de neuronas seria capaz de revelarse parcialmente, separar a los dos, y a despecho de la creencia de Pascal, que pensaba tener un poder absoluto sobre su personaje, las cosas empezarían a cambiar. 
Pascal se había refugiado en escribir como una forma de compensar su patología y lo mismo pudo dedicarse a fabricar vitaminas que enviar cohetes a Urano, pero siendo un escritor  mediocre, prefirió condenarlo a él a tratar con secretarias o cajeras de un almacén y volverlo eso,  una víctima de los salones baile, el maquillaje corriente y las conversaciones aburridas.
En su autor debían habitar formas de  perversión que  se daban con gran cinismo en sus neuronas,  nada más que la orden de sofocar la rebelión y su intención burguesa de querer ser “decente”,  lo había abortado a él como un personaje víctima de un donjuanismo extremo, y ya tenía bastante con ser solamente un  hombre mal escrito. 
Julián hizo el recuento de su existencia desde la primera cuartilla y sintió que nunca había hecho otra cosa sino esperar. Había esperado por su padre en aquella fila dentro del patio de la cárcel y compartía ahora la espera inútil  por Ofelia. En todos los espacios, los lugares, las calles o los bares, en el silencio mismo de la espera que se consuela momentáneamente con el ruido, Julián había sentido que todo estaba sujeto a la voluntad de Pascal, a quien no le veía la menor intención de solucionar antes del punto final.
Pero lo importante no era analizar ahora los problemas de Pascal, lo único importante, era aprovechar esta oportunidad de vivir fuera de sus caprichos, el cuaderno y la computadora.  Julián aspiraba tener percepciones propias y tenía planeado echar a volar sus sentidos; tener  la capacidad de volver a amar en una frase y también la magia de una goma de borrar para reconstruir lo escrito, sin importar que Ofelia volviera aparecer o no.
De acuerdo que las nuevas circunstancias, lo único que debía hacer era tener mucho cuidado para actuar en aquellos lugares donde Pascal no tenía acceso. Sintió que ya no tenía porque soportar la patología de nadie y aunque tuviera una deuda con su creador, simplemente no la iba a pagar.  
En el departamento de la pintora, Julián permaneció dormido. Nadie pudo evitar que ejerciera ese derecho que le permitía hacer de su cuerpo un laboratorio sin aquellos signos que definían su vida. Había logrado eludir las comas y puntos que marcaban cada uno de sus actos y se había procurado una manera de consuelo en la que no importaba el juicio de ningún otro, incluyendo a Dios. Su autor no tenía ninguna forma de entrada a un mundo que ahora  estaba más allá de la novela, y no había previsto decisiones insospechadas por parte de un personaje que siempre había estado sometido.
Ciertamente, Pascal no podría imaginar esos estadios donde el orden se recrea o se anula, y se logra ser sin aflicción ni angustia. No tuvo nunca capacidad de describir lugares donde uno es color, se descubre objeto, o le basta imaginar un concepto para adquirir la forma.
Qué le podía ofertar ahora Pascal, si gracias a su encuentro en unos cuantos segundos había logrado no una historia, sino miles, todas ellas distintas, y una forma de plenitud que parecía estar reservada sólo para unos cuantos y que escapaba al marco de una hoja de papel.
Julián concretó el número infinito de acontecimientos que podían constituirlo, logró el enlace y  navegó entre ellos. Fue semilla con tan solo pensarlo y vivió una centuria para ganar altura, disfrutó el sol  desde su propia copa siendo árbol, y pasó de un color verde al dorado en una sola tarde, como la primera parte de una experiencia inaudita.
Las herramientas de metal le dieron forma, fue mesa de dibujo, papel  colgado en la pared y  se convirtió en  rojos o azules cuando las manos de la pintora  le acariciaron la espalda.
En ese mundo no existían burdas reflexiones, ninguna referencia al sufrimiento, todo era sensaciones y la conciencia de habitar en ellas, cosas que no estaban situadas en el espacio, ni siquiera en el tiempo, por eso  Dios, el destino o su autor, eran algo inexistente y permanecían alejadas.
Julián  había descubierto su acceso directo a los colores, creyó que no requería ya de palabras para estar vivo y que la única victoria sobre el destino podía estar en  la forma, pero no la de una novela prendida con alfileres, sino en una  forma abstracta que no requiere explicaciones.
Que Pascal siguiera resolviendo su lucha contra los opuestos e inventando la vida, decidió Julián.
Por lo que a mí toca, ya encontré la forma de quedar libre, pensó con entusiasmo.

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