martes, 12 de abril de 2011

Capítulo 37 A QUIÉN NO LE HUBIERA GUSTADO

Ciertamente nadie en el mundo podía ufanarse de haber sido, en verdad, comprendido alguna vez.  A quién no le hubiera gustado ser un personaje feliz y contento de su avatar cotidiano; alguien que encontrara en los hechos simples de la vida su felicidad; que se viera en el espejo antes de salir a trabajar y que pensara que ser pulcro, llegar a tiempo, obedecer las reglas y vestirse con buen gusto, eran cosas verdaderamente importantes.
Alguien que tuviera trabajo, chequera, esposa e hijos, y que en algunos capítulos se dedicara solamente a cuidar el jardín y así, refugiado en lo simple, ni siquiera tendría la necesidad de escribir.
En todo caso, más le hubiera valido a Pascal vivir en un presente limitado y estrecho, restringido a lo que casualmente ocurre, y no pretender otras posibilidades que nunca resolvería. Qué caso tenía arriesgar el único paraíso, de alguna manera ya perdido de la vida interior, para  retar a un Dios que a lo mejor le estaba murmurando algo que no lograba comprender.
Pero si en la novela no estaba presente un personaje más sencillo, era porque no había nacido en ningún espacio creado por alguno de los dos.
Lo mejor hubiera sido concebirse corno un vendedor de artículos de papelería, por ejemplo. viajando siempre a la provincia – propuso entonces Julián para descargar las culpas a Pascal -, haber encontrado cuando menos el consuelo de una mesera que podía haber conocido en cualquier estación de tren,  y  que fuera capaz de amarnos  cada vez que se  pasara por ahí...
Pero Pascal,  que sentía que no había sido escrito por nadie, sino que más bien empeñaba en ser víctima de algo tan irreal como el destino, seguía estando en contra de que los seres de ficción tuvieran derecho a una vida privada y menos a opinar.
Bastante tenían  con estar liberados de las cargas que en la realidad asumen sus autores, ya que en muy pocas ocasiones tenían que trabajar realmente, nunca pagaban las cuentas en un restaurante, y menos sufrían la necesidad de ir al baño en lugares donde no existían las instalaciones adecuadas.
Por otra parte, el dolor físico o la enfermedad podían aparecer en una página, pero igual podían desaparecer en la siguiente. Todo esto,  sin la monserga de tener que ir a un hospital, por ejemplo, y tampoco tenían que morirse de un cáncer prolongado o de enfermedades penosas, porque eso estaba ya muy visto y no se podían repetir las mismas escenas de dolor en varias páginas sin aburrir al lector.
Pero ni siquiera esto eran capaces de agradecer.
Julián,  por su parte, también tenía varios argumentos en contra de su autor, pero  el más grave, el más insospechado, era que Pascal no había vivido un solo día de su vida sin mentirse a sí mismo y que lo sabía de cierto, pues estaba claro que él era el resultado de esto.
No obstante, le pareció una discusión inútil. No quería apostar a su supervivencia y aturdir más a Pascal, porque ya en otras ocasiones había llegado a temer su propia desaparición. Sobre todo ahora, que había entendido que cualquier conducta “inadecuada” por parte de alguien que para él era un simple personaje, podía convertirse en una experiencia peligrosa para su salud mental.
Pascal no podía aceptar ofertas de la realidad porque había creado un relato dentro de otro relato y tampoco le interesaba acabar de golpe con algún otro personaje y menos conmigo, porque le seguía siendo útil al conocimiento de sí mismo.
Pero por otra parte, la literatura, lo mismo que la vida, no podía ser otra cosa que una cuestión moral. Bastaba que Pascal intentara un capítulo destinado al siquiatra para que se pudiera apreciar toda esa proyección de seres interiores que le atormentaban,  devolvernos  a todos  sus personajes la salud y no estar sólo jugando con sus errores para evadir su responsabilidad.
La visita al siquiatra equivaldría a un final que nos daría a todos una muerte tranquila y sin preguntas, porque de qué nos vale existir si no se tiene la oportunidad de un juicio justo que nos libere para siempre de volver a ser en la imaginación de nadie, que acabe con tanta vuelta y nos disuelva, como una gota en una pila de agua inexistente, que sería  el universo, ya sin pena ni memoria.
Se atrevió a decir Julián Rojo.  
Pascal, al escucharlo, comprendió que eso no era nada sencillo y que además tomaría mucho tiempo. Más valía, en el caso de buscar una redención,  averiguar de antemano las preguntas que se darían en ese juicio, pues lo importante era estar preparados y llegar con una certeza o  un arrepentimiento cierto a la muerte, en sólo algunos párrafos, tal como lo había sugerido aquel personaje del café de Woolworth.
Pascal pensaba que se tenía que renunciar a las preguntas trascendentes, por la sencilla razón de que el método científico, el poder creador de la teoría del caos, la existencia de universos paralelos o cualquiera otra cosa, era inútil a una forma de consuelo que sólo un pensamiento oceánico, universal, casi místico, podría proporcionar. 
La desidia, la desesperanza, o la parálisis de la voluntad, pertenecían a uno sólo, que era Julián Rojo, y lo único sano sería irse olvidando de él, dejarlo como estaba, atender a lo propio y resolver su necesidad de hablar con gente de carne y hueso.
Alarmado por esta decisión, Julián decidió recurrir al “dueño de todos”, buscar la protección de alguien más influyente y llegar al verdadero autor hasta de Pascal,  que estaría  en otra dimensión.
Se trataba de hojear en el cuaderno y ver si encontraba algún dato que informara con quién se estaban tratando. Saber, por ejemplo, si él mismo, Pascal, Don Germán y hasta  Doña Hortensia o la pintora, tenían una existencia real de la que se pudiera tomar datos o tener alguna referencia en el mundo real.
Después de todo, pudiera ser que este “dios del reino de papel” hubiese escrito alguna declaración sobre sí mismo, que orientara al loco de  Pascal antes de excluirlo totalmente del relato.
Porque eso de la “aparición” del Dios parecía un reto imposible a la capacidad literaria de Pascal, y entonces lo único que quedaba era buscar refugio en la personalidad del “dios posible”, un ser humano como cualquier otro, dueño de un cuaderno y una  computadora en el mundo real, y que. por la simple capacidad de imaginarlos podía evitar que Pascal terminara con todos, sin llegar a una conclusión, ni solucionar nada, ni siquiera haberlos hecho felices alguna vez.
Esa tarde llovió muchísimo y el “dios de los papeles” empapó su cuaderno para cubrirse, cuestión que por casualidad,  llevó  a Pascal a encontrar, al reverso de sí mismo, una página con esta nota:

                                                                                          27 de enero
Señor:
Me dirijo a usted con todo respeto,  para decirle que Pascal no tiene remedio. Su inmadurez es infinita y le ha perdido el respeto al tiempo y la congruencia. La distracción por lo nuevo no valió la pena. Echó a perder todo. No sé cómo se vienen los siguientes días porque está muy  deprimido. Ha mentido a todos, su irresponsabilidad es enorme y ni siquiera me explico por qué no me dice ya nada
La parálisis de Pascal  es lo único que  queda. Estaba a punto de terminar esta novela pero se va quedar inconclusa, ya no encuentra consuelo ni siquiera en escribir y su intervención es urgente.
 ¡ Ayúdeme por favor ¡
Atentamente
Julián Rojo Mares.
Al enterarse, Pascal quedó atónito y se preguntó:  ¿Y nosotros qué?...nada más él necesita una solución o un final feliz.
¡ Es un imbécil ¡
Se dijo muy enojado.
Esta nota no va a solucionar a nadie y su confusión puede hundirnos a todos. Era mucho mejor haber quedado  en mis manos y dejar que terminara el relato como  fuera posible.
Se sentó frente a la computadora sin saber ya quién era, si le tocaba a él incorporar a los demás, o si el mundo tendría existencia para ellos sólo al momento de que alguien más se tomara la molestia de leer e imaginar un desenlace.
Reflexionó que no  tenía porque discutir con Julián el destino fuera la literatura,  el único espacio donde ambos habían coincidido, y que el único culpable de todo era Julián, quien no tenía porqué rebelarse frente al cuaderno.








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