martes, 12 de abril de 2011

Capítulo 39 EL LADRÓN ANÓNIMO

De regreso a su casa, Pascal abordó de nuevo ese coche que debido al último incidente, transitaba ahora con miedo y casi sin hacer ruido.
Decidió  irse por la calzada de Tlalpan para confundirse con el tránsito,  miró de reojo el letrero encendido siempre bicolor con las palabras “Hotel” en rojo, y “GARAGE” en azul, que aparecieron  de repente,  y dónde supuso que estaría Julián muy quitado de la pena.
Julián, por su parte, miraba cada una de las palabras que habían quedado a la vista después de ese punto y aparte, al momento de cerrar la puerta del cuarto, y donde aparecía un letrero con mayúsculas que decía: ¿NO OLVIDA USTED NADA? 
La administración del hotel no se hacía responsable por ningún objeto de valor que olvidara alguno de los huéspedes, pero Julián presintió que de cualquier manera aquél letrero lo había puesto su autor a propósito, porque cosas tan simples como perdonarse o perdonarlo, nunca se le habían ocurrido.
Una música suave se escuchaba en el radio, hacía un poco de frío y un olor a desinfectante imponía la necesidad de abrir las ventanas y tomarse una de las dos botellas de agua mineral que estaban en el buró, a un lado de la cama.
En el motel “El Greco", Julián sintió un poco de hambre y de tristeza, la apetencia de un cigarro y la necesidad de un recuerdo infantil que llegara a salvarlo. Deseaba encontrar la parte de él que seguía  siendo niño, no importa si tenía  que volver a temblar sus miedos.
Estaba convencido que su destino había sido siempre el de abrirse en canal y mostrarse indecente, corno una res colgada, ante los ojos de Pascal. Estar arrepentido desde el momento mismo de entrar a ese hotel y no poder escapar a sus preguntas.
Ahora escucha el drenaje a través de la pared y piensa que es como la garraspera de un viejo, que el trabajo de limpiar el cuarto tiene un poco de magia, porque alguien tiene que sacudir los sueños de la almohada, lavar la mancha de los deseos ajenos y poner otras sábanas. Alguien tiene que barrer, ocultando debajo de la alfombra las promesas, y desinfectar el aire de otros modos, antes de que entre otra pareja.
Julián piensa cuántas veces la humedad penetró en el papel, aun antes de que su autor le señalara rumbo, como si una lluvia lo mojara por dentro. Cuántas veces se vio obligado a transitar de noche en esta ciudad, a bordo del Enterpise y  presintiendo ya ese olor a  humedad que flota ahora en el cuarto, siempre en camino a una forma de encuentro insatisfecho...
Quitó de su cara un poco del cabello de aquella  mujer desconocida, y sumó en él todos los abandonos que sufre el que se queda despierto.
Nadie está aquí ni lejos, se dijo,  somos una humedad del tiempo…
Julián Rojo tenía miedo de la realidad que hiere con su roce, de no haberla dejado para siempre encerrada en el caos de ese  closet sin arreglar;  de los hechos que asaltan la memoria cuando todas las historias son presentes y sólo nos queda el hilo delgado de una voluntad insuficiente que nos obliga a movernos.
Después de todo, sus momentos se creaban en el cuaderno, de ahí pasaban a la  computadora  y  bastaba un “clear” para borrar buena parte de su memoria, desaparecer el acto de enviar una carta, crear la posibilidad de tener consuelo verdadero, o hacer que el  propio Pascal  regresara con sus hijos.
Sintió que de nuevo estaba obligado a aceptar la condena del párrafo siguiente y a repetir la pregunta inacabable hasta que el otro quisiera.  Decidió, entonces, dormir un rato más, pegado a su pareja y haciendo "cucharita",  por ver si así podía encontrarse con un recuerdo que no fuera compartido ni inventando por nadie, pero que le diera una explicación que llegara a salvarlo.
Julián lanzó su reflexión como un anzuelo, sin importar que fuera para morder el mismo y salir a la superficie,  que sólo sirviera para una foto con la cara de idiota o de pez muerto....
 Ahí va, ahora recuerda, era como el gato -siguió escribiendo el autor -, como el gato que ahora sacas a la azotea cuando te es molesto. Tolerado por jugar en silencio, como nieto encargado en casa de sus abuelos, aburrido, solo y con anteojos.
En el cuarto de junto dormía Hortensia Mares  y un quejido nocturno, las palabras de un trato, le sumían cada noche en el misterio del ladrón anónimo de su único afecto.









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