miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo 8 LAS CONFESIONES DE DON JUAN

 
La ilusión asume formas insospechadas y cada quien cree conocer las suyas. Pascal había encontrado la forma de retener a Ofelia aún que fuera en la computadora, así que Julián tenía que seguir cumpliendo con el encargo. Ahora tendrían que pasar por él, precisamente a la hora en que  todo el mundo está pendiente de quién evade el trabajo y es más difícil huir de la oficina.
Cuando Julián entró al  elevador, después de haber inventado alguna excusa para salir, la insospechada secretaria apareció a un lado, mujer madura que ha logrado conservar el atractivo de su cuerpo después de algunos años y que conoce perfectamente los trucos de su arreglo, lucía zapatos de plataforma anudados hasta la pantorrilla, medias de cocolito, falda negra entallada y esa actitud de quien sabe jugar a las cartas adelantando sólo un par de doces y escondiendo el comodín de una noche de farra. 
Después de tres pisos de rigurosa revisión, Julián pensó en ser amable y dejarla salir primero, quería que caminara de espaldas y verle las caderas  para tener el diagnóstico completo.
En la cafetería de la oficina ya se había producido el caos, la preocupación de la mayoría era que se hubieran acabado los “molletes” y frente a esa carencia, todos buscaban un consuelo posible sin sujetarse al riguroso turno: un capuchino, un exprés doble, un chocolate con amareto, gritaban varios desde la fila.
Al paso de Julián, que rodeaba la cafetería para hacer menos visible su escapada, escuchó que la secretaria  pidió sólo una botella de agua, pero no había cambio.
- Ahora o nunca, se dijo a sí mismo Julián, quien fingió formarse y adelantó por atrás una moneda.
- De que se muera usted de sed a que me quede yo más pobre, prefiero quedarme más pobre.
 Dijo Julián.
-               O sea que además de los diez pesos, le debo la vida.
Respondió ella.
-               No, nada más la vida, los diez pesos no importan.
Contestó Julián.
Pero la respuesta fue sólo una sonrisa que no comprometía a nada.
Además, no había tiempo, tenía que llegar pronto a la puerta del edificio para que lo recogiera Ofelia, así que no tuvo otra posibilidad que “abandonar la plaza”, dejando sembrada la semilla para un segundo encuentro.
Al desembocar en el Zócalo, abordo del Wolkswagen y ya con Ofelia, parte de Palacio Nacional pasó por la izquierda y un segundo después, al dar la vuelta, encontró su marco en el parabrisas trasero. La ciudad se había visto forzada a cambiar y  ni las piedras gastadas de su templo mayor, ni el corazón cuarteado de su  catedral, lograban ahora la dignidad de un paseo sin prisa.
Julián imaginó que a esa misma ciudad sentía  una especie de asma que no la dejaba respirar y que una lluvia ácida recorría sus arterias; que le dolían los contrastes, la cursilería, la pobreza, la marginación, y aunque tomara decenas de discursos en calidad de medicina o le siguieran recetando seminarios sobre el transporte, era muy difícil que pudiera aliviarse.
Quizás todo lo que pasaba era el resultado de una inmortalidad ya sin memoria, a causa de la prisa. Todas las piedras del templo mayor o de la catedral, eran sólo un marco que asaltaba el espacio de cada quien, como un fantasma  y un andar de reloj que tendría sentido si existiera realmente un relojero que pudiera sincronizarlo todo, todo lo que existía en ese momento tan dispar, tan absolutamente su contrario.
Quizás lo que pasaba  tendría sentido si existiera realmente la esperanza de un relojero que lo pusiera a tiempo, pero  nadie miraba a nadie y la pobreza, la indiferencia, el ruido, acompañaban a las piedras en ese marco imperturbable a la prisa de cada uno.
Camino  a la carretera, lo cotidiano fue superado una vez más por la magia de Ofelia que como un rompehielos se abría paso entre lo real.
-Cómo te va hoy mi "Lorenzo de Arabia".
Dijo ella.
-Tengo ilusión de que todo va a tomar un nuevo impulso.
Contestó Julián, animado por la posibilidad de su posible aventura con la secretaria en la cafetería de la oficina.
- Otra energía distinta que hará cambiar la vida, amar siempre a alguien, como hacemos nosotros, como te amo yo a ti cada vez que te veo -  continuó diciendo -, pero también ser plenamente existencial, buscar lo nuevo y descubrir un mundo para compartirlo.
-Pero la tierra es redonda mi querido "Rouge".
Sentenció Ofelia.
-Además – continuó diciendo - tú tienes un problema grave, cómo no vas a buscar la ilusión de querer siempre a otra mujer, si antes de conocer a la última seguiste  queriendo a las demás y la última que tuviste se convirtió en una de las otras.
Julián no contestó hasta más tarde, la música de un concierto de  Hoffman se siguió escuchando en la radio como una forma de "no-respuesta" y marco a un pensamiento que se sabía instalado en su necesidad de autoafirmación, su no estarse quieto como un colibrí.
Julián se recordó de niño, pasando y repasando las hojas de un libro de iluminar sin decidirse  y cuando por fin intentó dar color a uno de los dibujos, recargó tan fuerte el lápiz que rompió para siempre el mar de la China que cruzaba Simbad.  
Con ese mismo furor había vivido.
Se dio una tregua aún más larga para contestar y sólo por unos segundos recreó el mundo sensual de los olores, el fetichismo de las prendas, la promesas que se adivinan y que hacen posible la aventura, pero Ofelia tenía razón, después de todo no era posible que siguiera habiendo donjuanes en el Asilo “Mundet” y él habría perdido la apuesta desde el principio.
En ninguna  otra ciudad del mundo había donjuanes más distintos, ni había tantos estilos como en ésta, según fuera la edad o posición social, el ámbito al que solían ocurrir, o el público femenino, "conocedor y culto" que pudiera apreciar esas  virtudes.  Julián había competido como un  Don Juan profesional desde que era poco más que un adolescente, víctima del espejo y el peine, e incluso había logrado seguir en la contienda ya pasados los años.
Pero en el fondo temía acabar en un Don Juan, si no solterón, sí profundamente solo y que fuera atractivo por ser supuestamente "el hombre interesante“. Alguien preocupado por conservar la imagen y el paso de los años, con la crisis de los cincuenta encima y su intención de platicar todo el tiempo para intentar dar clases de “mundología”. Acabaría asistiendo a una de esas reuniones donde buscar consuelo se ha prostituído, los asistentes se dedican a reclutar nuevas víctimas y sería un hombre condenado a no conocer a ninguna mujer, simplemente por quererlas a todas.
Finalmente quedaría sólo una lista de teléfonos a los que ya no podría llamar y una serie de momentos que habrían pasado sin pena ni gloria, y todo esto  gracias a su irresponsabilidad. Su juventud habría terminado el mismo instante en que se dio cuenta que ya no hacia sufrir a nadie con su abandono, que a muchas mujeres les parecía ingenuo, y que más triste que envejecer había sido no haber crecido nunca.
Julián se sabía repartido en distintos lugares, en historias siempre incompletas y en sus hijos,  en todos sus hijos y en aquellas formas de amor que se hacían por carta. Lo grave era que los afectos que se le habían vuelto ajenos seguían  arraigados a él, como si fueran un brazo o una pierna que se sigue extrañando por estar incompleto al caminar las calles.
Recordó  cómo la misma  Ofelia le fue ganando a su anterior mujer, hacía casi diez años, todos los espacios posibles. Entonces pensaba que no tomar decisiones lo había sujetado, que sus ilusiones se negaban a regresar porque todos sus sueños estaban ya con Ofelia y no se había entendido nunca con "la otra", que ahora se volvía un ser extraño.
Como una forma de venganza, sus ilusiones podían irse, no tenían por qué amanecer con ella, ni él tenía por qué enfrentar ese olor a paciencia, repleta de bondad, con la que amanecía algunas veces, pero  sobre todo, esa actitud sublime de no reclamar nada.
Envidió la armonía, el respeto que existirían en otros sitios donde él había pasado y a la gente había logrado construir algo; en cómo se habría educado el mayor de sus hijos, que a estas alturas debía ser ya un hombre, y cuántas veces se había ido de los lugares sin siquiera despedirse o mandar una carta.
La pérdida de la juventud traería el desencanto para Julián. A su espíritu se presentaría el recuerdo de mil diferentes noches, equivalentes a mil diferentes huecos en otros tantos hoteles de paso o lugares parecidos, donde él intentó juntar a otras tantas mujeres en una sola.
Y esa mujer, esa que debió ser el amor único y esencial de su vida, no aparecería ya nunca. 
En cambio viviría la pesadilla de seguirla imaginado muchas veces, porque en realidad nunca la había encontrado.  Las mujeres se habían convertido en objetos de su vanidad y ni siquiera sus nombres habían permanecido, porque se fueron perdiendo, como algunos objetos, de una mudanza a otra.
Aún frente a la posible reflexión de que todo eso no importaba, porque había sido el medio para obtener momentos con un alma propia e hilarlos como cuentas del collar de su autoafirmación, esto no le serviría  a su vejez solitaria ni al momento de su muerte.
Julián preparó entonces su respuesta  y finalmente dijo:
-Ahora me va a resultar que ya no somos la suma de cosas que nos pasan o que nos han pasado, que debemos olvidarnos de nuestro pacto de seres plenamente existenciales y respetar todas las formas burguesas de comportamiento para ir envejeciendo en paz.
- Me parece muy bien -  continuó diciendo - te propongo que tomes clases  de cocina mientras yo me vuelvo un incondicional con mi jefe y así iremos progresando; terminaremos aburridos pero con casa propia y viendo la televisión diez horas diarias, yo me aficiono al fútbol y a las cervezas, tú aprendes a hacer pasteles y todo va estar “chulo de bonito”.
Ofelia rió con ganas, después de escuchar esta proposición y aclaró:
-               El respeto a sí mismo debe ser otra cosa y el amor a sí mismo también, algo que en el fondo no conocemos, pero que tampoco está ahí.
-               ¿Para qué quiere, por ejemplo, el presidente más dinero?... ¿para qué quieren todos más poder?...¿para qué nosotros – retuvo el humo del cigarro -  más imaginación o más placer?....Eso es algo que no entiendo.
-               -Así es, mi querida Ofelia.
Respondió triunfante Julián.
-Todo, dijo Ofelia, todo esta fuera de nosotros y por eso es relativamente nuestro, sólo el auténtico amor y el respeto a uno mismo nos pertenece, pero hay que saber como tenerlo o aprender a aburrirse para ser feliz.
- ”Del útero al sepulcro, todo hombre es su propia cárcel”.
Enfatizó finalmente Julián, para dar tono a lo dicho con una frase "redonda" que no venía al caso y que nunca era de él. 
-A lo mejor cosas como la verdad y  la felicidad no están hechas para nosotros, por eso  el mal de la distracción, mi querido "Rouge”.
Sentenció Ofelia.
- Pero…¿Cuál sería la verdad para nosotros, si la verdad es lo menos importante al hecho de estar juntos?, ¿cuál sería la verdad que oculta el fingimiento?, el tuyo de no estar nunca satisfecho porque ninguna mujer saca diez, o el mío de saberlo desde ahora y a lo mejor estar buscando otra cosa.  Continuó diciendo Ofelia.
- Lo que hicimos los dos con la verdad, fue siempre guardarla con miedo a que estallara,  porque después de todo, ¿quién quería la verdad entre nosotros? 

Dijo  finalmente,  tomando la mano de Julián.
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Nota.- “Quien no ha tenido siempre una mujer, no la tendrá jamás”. Era otra frase “hecha” con la que Julián hubiera querido rematar el diálogo.







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