lunes, 25 de abril de 2011

Capítulo 30 EL TRAFICANTE Y LA PINTORA

Muchos de los días de Pascal eran así, caminaba las calles o permanecía horas en un parque mirando a los demás, imaginando que otra persona también escribía la versión número mil de otras tantas vidas que no encontraban sentido. En otras ocasiones seguía a un organillero varias calles para conmoverse cada vez que repetía "Amapola", teniendo que pagar, el pobre de Julián, los pensamientos estacionados en Ofelia.
Julián, por su parte, recordó haber conocido a una pintora que vivía no  muy lejos de ese  parque y del jugador de lotería, años atrás...
-De que me hagan mi cárcel a hacérmela yo misma, prefiero hacérmela yo misma.  Solía decir ella.
Revivió la escena en que permaneció callado frente a todos esos objetos en desorden, que parecían evadidos de una caja de Pandora. Ahí estaban las jeringas desechables que se usan para la insulina, el papel con la cocaína, la cuchara y el poco de agua, si no hervida cuando menos limpia, el encendedor para calentar y diluir la droga y el traficante sentado, en la misma mesa, haciendo gala de su poder frente a los preparativos de la fiesta.
¡ Y cómo había impresionado a Julián la habilidad de la pintora para sujetarse el brazo con su propio cinturón, jalar con la boca y buscar con infinita ansiedad acertar en la vena !
El diller llegaba a la hora que fuese y había que abrirle. A nadie más que a él  le tocaba decidir si traía o no lo necesario, y que importaba si venía con otros amigos, él ponía las reglas. Después de un rato habría una maleta de aluminio que ponía sobre la mesa, desabrochaba la chamarra para que se viera que estaba armado y se sentía invitado de honor.
 En realidad lo era y se podía quedar toda la tarde si le daba la gana, sin consumir ninguna de sus mercancías, porque se trataba sólo  de “hacer negocio”.
Personaje importante, importantísimo, fue recibido esa tarde con esa confusión  que produce la necesidad y el miedo.
 -Me gusta platicar con gentes corno tú.
Dijo el traficante a Julián.
- Tienes cierto aire de escritor.
Julián no quería caer en el mismo truco, con uno que fuera incondicional era suficiente y bastante hacia con tolerarlo. Tenía que equilibrar la balanza y hacerle sentir que vender droga lo convertía en un objeto más, en un proveedor de sueños que él no comprendería nunca, porque el talento y los sueños eran otra cosa.
A Julián le parecía que sumaba al precio de lo que vendía, el cinismo,  la autoafirmación, y que le bastaba mirar a la pintora para expresar intenciones fácilmente traducibles en frases como:
 - ¿Quieres?, pues te va a costar caro….¿piensas que no tengo la misma calidad que tiene tu familia o este amiguito que está aquí?.... pues dile que se vaya pronto y que te vas a acostar conmigo, porque acabo de decidir que es la única forma de que obtengas lo tuyo.
-Si de verdad fuera un escritor, estaría inventando gentes corno ustedes.
Respondió finalmente Julián, dando por terminado el diálogo.
Ambos habían participado toda la tarde en una prueba de resistencia;  tú no te vas, yo tampoco. Quieres abusar de ella, pues yo me quedo a cuidarla.
A Julián le molestaba no poder quedarse solo con la pintora, quería sugerirle a Pascal un encuentro con ella y también la posibilidad de un cambio de rostro que hiciera en él aparecer a Ofelia, para así  ganar ambos a través de la droga. Podía aprovecharse  del problema de adicción que tenía la pintora y que para Julián estaba muy claro: la droga era el único espacio para estar viva, .todo lo demás no tenía nada que ver con ella y el resto del mundo le parecía  deslavado, triste y sin sentido, pero sobre todo ajeno.
Para aquella mujer no existía ya  este planeta, por eso pintaba otros, y tampoco sabía que hacer aquí. La realidad estaba representada sólo por  un dolor de huesos y la ansiedad infinita, la transacción obligada y toda una serie de conceptos que se habían vuelto extraños y que se repetían como un repertorio de frases que no significaban ninguna forma de entendimiento, pero que formaban parte del discurso del medico o el pariente cercano, que se ha impuesto el deber moral de "ubicarla ".
Quizás por eso sus pinturas se alejaban de todo y no se contentaban con mirar al mundo y menos con detalle, ella pintaba sólo sistemas planetarios inexistentes, galaxias de un mundo interno producidas por la química y  que estaban muy distantes de la nuestra.
-Sentí mucho coraje cuando se despidió de abrazo. Dijo Julián, con la mirada puesta en la camiseta blanca de la pintora que permanecía pegada por el sudor.
-Yo he tenido que tranzar y así es esto.
Respondió sencillamente, mientras que con las manos revolvía azules y verdes sobre un papel manila puesto en la pared.
-               A veces se pasa pronto, se te olvida porque uno sabe que es diferente y está en otros lugares, pero otras veces tienes que dejar pasar mucho tiempo en la regadera, o te sales a caminar y  a pensar en otra cosa.
-               Si te hubieras ido, si te hubiera dado miedo, aquí estaría con él,  por eso te dije, cuando tocó la puerta, que pasara lo que pasara te quedaras aquí.
Explicó la pintora. 
Julián pensó que no deseaba irse de ninguna manera; que se podría quedar por muchos días esperando el momento de abrazarla y negándose a abrir la puerta.
Después de la salida del dealer, se quedaron Julián, los recuerdos que ella tenía sobre una infancia grata y la plática sobre un padre que le pasaba dinero, pero  no la visitaba nunca. 
Y así, de la misma manera que se tiene el convencimiento de que existe otra belleza tras la cortina de un paisaje, a Julián le parecía que detrás de la cara de la pintora podía existir la oportunidad para Pascal de su encuentro con Ofelia, y aprovechando esta sublime distracción, intentar la huída a través de la droga.
Para ese momento, los planetas pintados en el papel manila  parecían moverse, rebasar su marco  y trepar por la pared, el universo de la química habá transformado la mirada de la pintora y sus  frases eran como una flecha exacta que  acertaba a los deseos de Julián.
-  Si de veras quieres, vendo el coche que es lo único que queda a mi nombre y compramos de una vez los boletos para irnos a Tikal. Dijo entonces ella.
Igual que en un caleidoscopio, la luz cambió su  rostro por el de Ofelia y un miedo, frente al milagro intraducible de lo escrito, hizo  señales de alarma a Pascal  después de esta última frase.
-Te presento a mi novia, mi única novia, si es que quieres estar con las dos.
Habló de nuevo la pintora, señalando el papelito desdoblado sobre la mesa y adivinando el pensamiento de Julián.
El personaje no se impresionó.
Después de todo, él también se sentía un invento ajeno al mundo y no menos necesitado de un espacio mental que le marcara un rumbo propio, aunque fuera por algunas horas.
- ¿Por qué pintas?
Preguntó Julián.
- Para que sepan los demás que fui escogida por Dios para entenderlo, tener una respuesta  y  dejar un testimonio de que yo era mucho mejor que la mierda de gente que se acaba de ir. 
Respondió ella.
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Nota.- La droga no podía producir miedo en Julián, porque la necesidad de un personaje estaba aun más allá de la novela y dentro o fuera de un cuaderno, envidiaba a cualquiera otro que no fuera el que estaba escrito, y su propia naturaleza reclamaba historias propias, como la única manera de ser libre.

















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