martes, 12 de abril de 2011

Capítulo 36 LA DISCUSIÓN

Pascal estaba imbuido de una fe que lo hacia creer que el pensamiento, al expresarse, crear una imagen y convertirla en palabras, Julián quedaba integrado sin remedio a una forma de existencia inexorable.
No se trataba de un estado que se pudiera compartir, sino de la propia existencia de Julián, y al aplicar estas imágenes sistemáticamente a través de la creación literaria, se formaba un tejido temporal de la espiritualidad que, aún  desprendido de la realidad, podía actuar en relación a ella, como la ley de gravedad y  modificarla realmente, evitando así,  el pago de un siquiatra.
Siquiatra que además, no sabría nada del carácter estético, el esfuerzo o el espacio verdadero del sueño en cuestión, sino nada nuevo más allá del concepto o su interpretación. 
Por eso mostrar la novela a alguien que lo hubiera conocido al momento de escribirla, era de por sí un gravísimo error. Pascal quedo convencido, cuando vio subrayado el manuscrito, que no podía haber sido otro que Julián Rojo, quien obviamente no había entendido nada, se había concretado a buscarse entre líneas subrayando aquellas frases que le ratificaban los errores y las inconsistencias de Pascal,  sin pensar en otra cosa que “su aparición” en el texto.
Se dedicó a leerla, como hubiera dicho Doña Hortensia Mares, “metiendo hilo para sacar carrete”. Y es que la gente no va más allá de ciertas cosas y se estaciona donde más le gusta: en su protagonismo. Un libro no es la realidad, ni pretende serlo, como tampoco pretende hacerse pasar por ella. El libro es un libro, concluyó  Pascal.
Por eso creyó encontrar una manera muy fácil de criticarme, como si alguien pudiera criticar a Dostoievski subrayando “Crimen y Castigo”, buscando actitudes que lo identificaran como cómplice de un asesinato.
Se trataba de una novela y nada más, una obra de ficción que si bien enfatizaba el interior de sus personajes y se desarrollaba a partir de la realidad, las imágenes eran otra cosa:  Ser el inconsciente de Pascal era sólo un papel que no tenía por qué tener voz ni voto; compartir parcialmente algunos estados de ánimo, pasiones o conflictos, de los que en cierta medida era también responsable, podía ser una cosa,  pero entrometerse en todo era pasarse de listo.
Nada más faltaba que fuera él quien decidiera cuando debería salir el Sol,  llover dos días seguidos, de que humor debería estar Pascal cuando él propusiera un encuentro, o el destino de todos. Julián Rojo era solamente un personaje que debía someterse a lo que estaba escrito y Pascal era el responsable, el encargado del cuaderno y la computadora, a él correspondía el relato, era el patrón, el jefe. 
Por otra parte, desde tiempos inmemoriales, el inconsciente había intentado someter a la humanidad. Habitaba en cada uno de sus miembros, los  hacía prisioneros y sobre todo, mentía, mentía todo el tiempo.  Se trataba, finalmente, de la vida, del alma, donde todas las emociones, sutiles y reprimidas, todas las esperanzas, todos los temores, las dudas, todas las fuerzas morales o las que no lo son, discutían en una asamblea y comprometían a un porvenir.
Con una experiencia de milenios, Julián Rojo dirigía a esta asamblea en el interior de Pascal, donde las necesidades o actitudes tomaban partido, intentaban dar forma a sus reclamos, pero las sometía si no estaban de acuerdo y manipulaba siempre sus respuestas.
Por eso quería dar mayor importancia al “hombre interior” de la novela, imponer sus ideas llamando al diálogo interno, y explicando el por qué y la finalidad de todas las acciones. Pero el creador de todo era Pascal, Julián Rojo pudo haber habitado tras bambalinas, en una simple carta, en un diario que se saltara días enteros, o se guardara para siempre.
Si tan sólo hubiera compartido la imaginación de su autor sin tratar de imponer la esperanza en lo bueno, la importancia del origen, la defensa de lo suyo, todo lo que sucedió estaría más claro. Julián respondía a su naturaleza llena de recovecos y trataba de imponer a su creador una idea de revancha.
Nunca propuso un pacto justo para definir los momentos, creyó que Pascal no se daba cuenta, y no contó con que también buscaría liberarse y asumir una vida imaginaria a cada luz verde del semáforo y renovar actitudes con la misma facilidad que todo el mundo cambia de calcetines.

       -¡ Uuy, que cursi ¡

 Interrumpió muerto de la risa Julián Rojo, que se había dado cuenta que esa larguísima explicación, no era otra cosa que un mecanismo de defensa.

Entonces volvió a insistir, aprovechando un descuido de Pascal, para subrayar que “en el inconsciente de Dostoievski”, sí habitaban el epiléptico, el jugador, el prisionero, el hambriento y muchísimos otros, a los que dejaba intervenir y que sin ellos, no tendría sustancia nada de lo escrito.

 Pero, finalmente, ¿qué sabe Pascal de Dostoievski?

¡Vamos¡, ni siquiera recuerdo que lo haya leído completo.

Remató Julián Rojo.














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