martes, 12 de abril de 2011

Capítulo 38 LA REALIDAD NO FUNCIONA

Pascal decidió hacer lo suyo y aparecer a Dios. El problema era cómo describir la aparición de Dios, si bajaría entre nubes y rodeado de ángeles de manera muy cursi y muy tradicional, o si se mostraría como una luz cegadora que hiciera sentir a Julián que estaba  totalmente salvado.
Analizar la melancolía, la nostalgia de Dios, para tomar datos sobre su aparición, sería imposible a un auténtico melancólico como Pascal, porque estaba inmerso en ella. Esto, aún que por ahí estuviera la posible solución.
Pero amparado en que buscar a Dios era un acto irreprochable, lo primero que se le ocurrió fue abrir  el diccionario y buscó...Mejoría, Mejunje, Melifluo ....  Melancolía: Tristeza vaga, profunda, sosegada y permanente, nacida de causas físicas o morales que hace que no encuentre, el que la padece, gusto ni diversión por ninguna cosa. 
Extraño estado de la conciencia despierta en la que el individuo goza de facultades sobrehumanas para lastimarse a sí  mismo,  independientemente de la variable del tiempo  - agregó–  y donde el deseo puede llegar a confundirse con el hastío y el pensamiento, condenado a sufrir, se torna mudo, incomunicable y sabio.
Frente a la falta de sentido, el placer del vacío infinito se volvía un privilegio donde algunos autores podrían darle su opinión, pero no tenía caso hacer acotaciones. Pascal decidió no interrumpir la misantropía que por decreto divino sufría en ese momento, y prefirió victimarse él solo hacia la melancolía, para imaginar por su cuenta la aparición de Dios en la  novela.
Todo esto, apoyado en las conclusiones de un artículo que había leído por ahí, y que hacía mención a la hiperreligiosidad en algunas personas con un grado de esquizofrenia muy avanzado,  donde la aparición de Dios era muy frecuente. Esta  cuestión le pareció a Pascal un dato irreprochable, en la medida en que Dios mismo es quien suele establecer estas preferencias.
Pero antes de eso, necesitaba una persona y un afecto de verdad para salvarse, antes de ver a Dios, porque según rezaba en algún precepto de la Biblia, el hombre que ve a Dios se muere y, como Dante había hecho con Beatriz, él necesitaba un motivo para no quedarse ahí  y poder estar de  regreso.  Además, Julián podía acudir con él a esta aparición y quedarse para siempre.
Así que quizás era mejor intentar, antes que otra cosa, el regreso seguro a un estado de cordura donde partir de un afecto concreto, el consuelo y la solución fueran también de verdad.
Había transcurrido mucho tiempo desde que su primera esposa escondió su dignidad detrás de su camisón de franela, y esa tarde recordó que él mismo había colocado el timbre de la fachada de  la casa, apenas un poco más bajo que su hombro, para que su hijo pudiera tocarlo parado de puntas. 
Pascal abordó el Enterprise, volteó a ver que tenía solo un Pall Mall guardado de reserva y al llegar tocó el timbre que había permanecido a la misma altura.
- ¿Cómo va la novela?  Preguntó su hijo, al momento de abrir la puerta.
 -Ya la dejé. Contestó el otro.
A ninguno de los dos se les ocurrió que pudiera entrar.
-  Cómo está tu mamá.  Insistió Pascal.
-  Bien, pero no quiere verte....
La ilusión de un posible regreso a la seguridad de otros afectos se rompió en esa frase y la vida confirmó su carácter de ser siempre ella misma.
Sólo las palabras que cruzamos a veces –intentó mentalmente Pascal incorporar un nuevo texto al escrito - aquellas que suman el abrazo de tanto tiempo, son ahora importantes.  Ahora que surge el deseo o la ilusión de que todo pudo ser diferente y no todos juntos, porque eso era difícil y han pasado muchos años, pero si en la historia de cada quién acomodar a los otros y cada quién tener la suya propia en compañía de todos
Lo grave - continuó pensando– es no encontrar  la manera de rescatar tanto atraso para este afecto que se nos viene de golpe. Lo otro, todo lo demás, se debe a cosas que nunca supimos; los cientos de abrazos, la disculpa tardía, lo que no supe antes.
 Esto fue lo que se dijo Pascal, de regreso en el Enterprise, cuando miró por el espejo retrovisor y en un paso a desnivel, le dio alcance un motociclista.
 - l Uuy  mi  Don !,  pero si anda usted circulando sin una placa y además trae rota una calavera, ahora si lo voy a tener que pasar a perjudicar. Dijo el agente de tránsito, casi sin maldad.
Explicar en ese momento que la realidad siniestra puede ser diluida en base a un esfuerzo de la voluntad y la imaginación, dar una explicación acerca de aquellos seres anfibios que hace unos trescientos millones de años pudieron mirar al cielo,  decirle que todos somos uno sólo en el universo y hacerle entender a ese sujeto, que hacia muy poco que los seres vivos habían pasado a disfrutar del dominio de la mente y sus productos, fue lo primero que se le ocurrió a Pascal.
Pero convencer al agente de tránsito de que el aire que respiraban era la primera capa de otras muchas que se extendían hacia el cosmos, obligando a pensamientos mucho más sublimes que el simple trámite de pedir una licencia, le pareció, en el fondo, un desatino.
Atrás se había quedado prendido el viejo tocadiscos, repitiendo la música de Bach y la recreación cinematográfica de los recuerdos,  que estaba ahora igual que el closet, en completo desorden. El policía no tenía por qué entender la existencia de un mundo distinto a éste, donde él era un representante de la Ley y su motocicleta un desafío insuperable al malhadado Enterprise.
Pascal Lezama tenía que responder a esta responsabilidad sin ayuda exterior ni sobrenatural,  no podía evitar la soledad, ni apoyar su futuro inmediato en la voluntad de una providencia presente en todas partes, pero lamentablemente indescifrable y que  parecía no tener ninguna influencia práctica sobre la situación.
A nadie le importaba ese estadio que hace a uno disfrutar de la creación por completo y gozar de la belleza, de la comprensión, la  paz y la armonía interiores, y aquél agente debía ser insensible al deseo de participar en proyectos amplios y duraderos, tal como se lo había propuesto esa tarde. Pascal olvió a hacer ese repaso de escenas que recrean cada una de las preocupaciones, entendió que lo único que había hecho siempre era regalarse a sí mismo los momentos, y que ahora no podía convocarlos a todos para poder explicarles porque no fue mejor. 
Una profunda complicidad y la posible aparición del milagro se dio en el breve espacio de un segundo…
-Pero, por qué mi oficial, si todos somos hijos de Dios.
Respondió Pascal.








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