miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo 13 LA PENA RECICLABLE

Era cierto que en la ciudad existían muchos locos, pero el resto de sus habitantes que no eran mucho mejores, estaban simplemente enfermos de ideas falsas,  con un enorme retraso por parte de todos en darse cuenta de esto y sin que surgiera alguna  opción verdadera a la cual apostar.
Al llegar a su casa y dejar el saco por ahí, Pascal estaba a punto de cometer un error,  pues  siendo uno de los dos o tres que tenía, al buscar un cigarro o unos cerillos volvería a encontrar el mismo discurso y revivir la circunstancia,  como un mal presagio que lo deprimiría ese día.  Así que sabiéndolo de antemano, decidió cerrar el círculo y por lo menos hojear aquel folleto de una buena vez.
Según este el documento mal impreso, los servicios incluían  la asesoría final en los distintos casos y así, por ejemplo, si se trataba de una persona con buena memoria, se le sugería recordar cada una de sus más grandes  flaquezas de manera que pudiera lograr un auténtico arrepentimiento en cuestión de minutos. Por otra parte, si tenía una condición económica que lo permitiera, el sujeto le aseguraba al cliente un número determinado de plegarias -  proporcional al número de efectivo que le dejara encomendado - y través de una lista de gente muy devota, se dirían oraciones en diversas partes del mundo que  abarcarían templos y religiones variadas, para de esta manera asegurar la efectividad de su salvación.
También se ofertaban otros servicios de orden más general y menos complicados, como el simple  acto de hipnotizar al paciente y regresarlo a alguno de los momentos plenos de su vida, no importaba que solo hubiera tenido uno, de manera que pudiera llevarse al otro mundo una ofrenda digna en el momento oportuno y así salvar a su espíritu.
  Pero en el colmo del cinismo, también proponía el servicio, "solo que lo ofertamos de manera confidencial y usted habrá de entender el motivo", decía textualmente el singular folleto, de dar tortura a domicilio para quien quiera expiar sus pecados muriendo como un mártir.
Este medio de salvación estaba en oferta, porque incluía la copia de un texto original del siglo XVI, una especie de  instructivo al que hacía  alusión a los ejercicios espirituales de San Ignacio y que permitiría al paciente murmurar una  oración al ritmo del corazón y del aliento, al momento mismo de la tortura.
Pascal dejó de leer el folleto al llegar a este punto, porque haber sido adivinado como un posible cliente lo aterró. Las ideas de aquél loco tendrían parte de razón, sólo porque la trampa se había cerrado y la decisión de amarse cada uno a sí mismo, como un objeto rigurosamente definido, cercó el horizonte a la humanidad entera. El hombre se fue quedando solo, e incapaz de ser el dueño de una reflexión propia, se convirtió en algo que podía ser molesto,  peligroso  y que debía ser manipulado por aquellos que querían el poder, y hasta por charlatanes como este.
Obviamente se habían adelantado los tiempos, las ideas tenían que procesarse muy rápidamente siguiendo las reglas establecidas por la política o los intereses del dinero;  era un hecho que ya no buscaban fundamentarse, sino sólo formar parte de un proceso de manipulación que acertara y, de esta manera, ofertarlas, envueltas para regalo, usando algunas veces los colores de la patria, alguna  imagen religiosa, o alguna otra cosa que significara alguna forma de redención o esperanza.
Las proposiciones se discutían sólo en términos de su efectismo para decidir si eran viables a la química de un pensamiento acostumbrado a consumir y a no tener opinión, además de estar distante de las verdaderas decisiones, pero sí muy accesible a través de los medios de comunicación.
Finalmente, lo único importante era que las ideas se aprobaran como productos de consumo generalizado, y era seguro que los políticos estuvieran ideando las utopías de recambio para proponerlas inmediatamente después de cualquier fracaso, de la misma manera que en una ciudad de tantos millones de habitantes, la basura se selecciona, se procesa y se vuelve otra vez bolsa, envoltura o envase.
Luego entonces mi angustia, pensó  Pascal,  y junto con ella  la de otros muchos, debería verse como algo que forma parte del caos que se produce por ser tantos, como un desperdicio que tampoco tiene sentido para nadie, e igual que la frustración escrita en el  mantel desechable del café de Woolworth, pasa a ser parte de una  basura reciclable.








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