martes, 3 de mayo de 2011

Capítulo 10 RATA VIEJA ( AQUÍ ESTÁ - APARECE FUERA DE LUGAR EN ESTA ENTRADA)

RATA VIEJA
Pascal evadía, como siempre,  una vez más la realidad. Ofelia, al irse, había dejado en una lata grande de leche “Nido”, las cartas del tarot, el papel para hacer cigarros, unas fotos, lápices de colores y algunos caracoles; también una especie de diario con dibujos improvisados donde estaban descritas situaciones que no tenían sentido y sólo algunos reclamos a Pascal estaban con mayúsculas.
Al verla Pascal decidió, en su calidad de autor, que Julián se diera cuenta que el tiempo y el espacio de su vida no volverían a ser iguales. Que  le faltó decir algo, haber dado vuelta a la derecha en lugar de la izquierda en el momento oportuno, pero no lo hizo y sólo al llegar a esta página se dio cuenta que pudo ser feliz. 
Una idea daba vueltas en su cabeza como una especie de consuelo fallido que podría rescatar un poco de su dignidad; llegaría un momento, uno sólo, en que Ofelia pensaría que abandonar a alguien no era tan fácil.
 Sería cuando él se volvería como un fantasma que busca su alimento en momentos que no le pertenecen; un fantasma que viviría de lo ajeno y escondido en las palabras o detrás de un objeto, y que haría apariciones en silencio, tomaría a Ofelia de la mano sin que se diera cuenta y subiría una escalera sin siquiera pisarla.
Aceptaría cualquier cosa con tal de estar cerca y como cualquier fantasma que atraviesa paredes, tendrían que soñarlo alguna vez. Viviría en la mirada de otra gente, se movería en espiral, esperaría un descuido y saldría al encuentro en forma insospechada cuando alguien tuviera que decir su nombre.
Julián, por su parte, pensó que como correspondía a un personaje de novela, no le sería fácil despenderse de ese tipo de recuerdos que le imponían, y que  estaba obligado a agregar a su costal de extrañezas, el entenderlo todo.
Y es que para Julián la solución al problema de Ofelia era muy clara; ella había estado demasiado cerca de Pascal, como al interior de una pintura cubista que sólo acepta un primer plano, pero ahora su autor desperdiciaba la oportunidad de recobrar una perspectiva distinta. Era el momento propicio para que convocados por una alarma general del espíritu, nuevas y viejas partes de un rompecabezas buscaran su acomodo sin que  tuviera por qué sufrir la recreación de la pena.
Julián era un hombre que veía con cierto desprecio una relación simplemente apoyada en el trato cotidiano y normal que tenía la mayoría de la gente. Como buen personaje de novela, aspiraba a una forma de amor naturalmente irresponsable y que se diera el lujo de cambiar al otro personaje cada vez que quisiera. Creía en el deber de no repetirse nunca, de inventarse a cada momento.
Amar a alguien era ya en sí, un acto muy irreal,  que implicaba la obligación de “incorporar otras cosas” para poder salvarse de la realidad y no caer en lo cotidiano. Y no se trataba sólo de la música que se puede escuchar juntos, ni los sueños cursis que aparecen siempre como una supuesta antesala del futuro, como el anuncio aquél de: “sala, recámara y comedor, la vida y el amor”, oferta en una mueblería de barriada.
Julián pensaba en una relación que fuera para “recortar y armarse”, - no en vano vivía hecho de letras y escrito en el papel -, como aquellas figuras geométricas de cartón que se hacen en la primaria; que bastaría con pegar en cada uno de sus lados todas la intenciones, los recuerdos, los rostros o las historias ajenas, como en un collage que admite todo.
Y así, como quien saca objetos de un costal imaginario, podría sacar de esa forma de amor que entiende todo, cosas como animales fantásticos, aventuras, lugares, sabores o viajes, que pertenecieran a uno u otro, pero que siempre formarían parte de una celebración entre ambos.
Más allá del juego artificioso y pleno de contradicciones a que jugaban los seres comunes y corrientes, Julián pensaba en una relación donde cupiese todo sin excepción alguna: la humedad de la pared, el fanal, la lumiere, la palabra en francés, la piedra o un cartel.  Cosas como desearse en la cocina, no tener nunca celos, multiplicar azul por amarillo y poseer una fórmula mágica  para empezar de nuevo, apostando a la aventura  de la siguiente  página.
Pero Pascal había amado sin imaginación, por eso su novela era tan mala y sus personajes lo superaban por mucho. ¿De qué serviría que en el mundo real encontrara trabajo?, de todas maneras  seguiría sufriendo por Ofelia, que simplemente estaba fuera de la magia.
Pero Pascal no podía aceptar las sugerencias de Julián, ni podía regalarle cosas tan irreales como el milagro de comprender hasta la despedida, tal como correspondía a un personaje como Julián.
Además, nadie iba a pedirle  su opinión.
Pascal presintió que la soledad podía a aparecer al final de ese  día y luego que sería capaz de repetirse y seguir asaltando en cualquier momento. No se había dado cuenta que desde la mañana misma en que Ofelia salió casi corriendo de la casa, aprovechó el instante en que se abría la puerta para entrar como una rata y quedar instalada. La soledad supo que no tendría que irse aunque intentaran perseguirla, le pusieran veneno o hicieran cualquier ruido.
Tal vez por ese afán de deshacerse de ella, decidió  salir a la calle de Sevilla, caminar por Reforma e intentar platicar con al primer desconocido sobre algo más que la crisis económica o el mal tiempo.
Mejor aún, pensó que la ciudad podría ofrecerle una forma inaudita de consuelo y vivir la aventura de que un carterista o "manos de seda", como Don Germán Bidasoa solía referirse a los ladrones, se viera   sorprendido en un frustrado  intento de robo y pos de una cartera vacía.  Entonces él podría decir,  como en un cuento surrealista: “si no platica conmigo, si no me deja contar mi historia, llamo a un policía ... "
Pero como eso no se daba, Julián caminó más rápido pensando que amenazaba lluvia y que  la soledad podría, con suerte, resbalar hacia una coladera. Entonces la tomó de la mano y fingiendo estar de acuerdo, la soltó de repente y caminó en sentido contrario, pero la soledad era muy lista y volvió a aparecer junto a él en menos de un segundo.
Decidió entonces retarla y con sus propias dotes, la convirtió en naranja que compró en una esquina, con cierto malabarismo la lanzó hacia arriba y cuando estuvo en el suelo le dio una patada... pero la soledad apareció detrás para abrazarlo.
Desesperado, quiso sorprenderla. Casi sin hacer ruido la redujo un poco, la guardó en el bolsillo, la revolvió con las monedas, encendió con ella un  cigarro y después dio un soplido.
La soledad ni se inmutó, a la primera bocanada apareció de nuevo...
Finalmente, Julián tuvo que llegar a un acuerdo, llegó a una banca del Paseo de Reforma, la sentó en sus piernas, la miró a los ojos y le propuso que se fueran a dormir  juntos y a escribir un poema.
­­­­­­­­­­­________________________________________________
Nota:  Qué pasaría con este capítulo después, si pasado algún tiempo hiciera una revisión de lo escrito -  todo pasa, todo aburre y todo se termina – si Ofelia se le hubiese salido del pensamiento. Cuánta cursilería encontraría en esta página.




2 comentarios:

  1. Muchas felicidades me da mucho gusto que ya estes en la web.

    ResponderEliminar
  2. JORGE VOY A LEERLO Y TE COMENTEO EN UNOS DIAS! E GUSTÓ MUCHO LA PRESENTACIÓN!

    ResponderEliminar