miércoles, 13 de abril de 2011

Capítulo 32 “…Y USTED, ¿LEE O ESCRIBE?”


Pascal, por su parte, descubrió en esos párrafos y en la mesa misma de la computadora,  la prueba irrefutable de haberse drogado. La sola idea de saber sido sorprendido in fraganti y haber caído en la trampa, lo hacía sentir culpable dentro y fuera de lo escrito. 
Mientras recobraba el control sobre Julián, Pascal se conformaría con instalarse en la actitud que corresponde una persona “decente” y volvería a la huidiza consigna que había afirmado desde hacía mucho tiempo: "yo no necesito de esas cosas para escribir.”
A partir de la relación con la pintora, después de pensarlo muy bien, Pascal le impuso al personaje un nuevo castigo, aunque necesariamente fuera compartido, pues era claro que su pretensión de sustituir la desgracia con las sensaciones artificiales que Julián se provocaba con la pintora, no salvaba a nadie de la soledad, simplemente  reflejaba la de los dos.
Así que además de teclear en la computadora escenas que lo hicieran arrepentirse y donde el personaje no tenía otro remedio que encararlas, decidió que aunque inevitablemente hubiera páginas donde Julián pudiera pensar por si mismo, jamás las pasaría a la computadora y, si las localizaba en el cuaderno,  las arrancaría para hacer avioncitos de papel que irían a estrellarse contra una pared.
Julián Rojo tuvo que sufrir el convertirse en  un apostador del encuentro imposible en los lugares menos propicios, y también un perdedor nato. Llegaba solo o con la pintora a los hoteles de paso – y hasta le llegó a gustar ese olor a humedad que dejaban los otros – quedando otra vez partido en dos y a la espera de encontrarse ahí con el rostro de Ofelia, que le permitiera  llegar a un acuerdo con su autor.
Su pecado mayor, escribió Pascal, en un último párrafo después de consultar el reloj, fue pasarse de listo, creer que el destino se lo construye uno mismo y no el que escribe. Subrayó esta frase para pasarla en letras de molde, que era la manera en que se oficializaban los hechos. Después cerró el cuaderno y salió del "Motel Mirador", en la vieja carretera a Cuernavaca, sin haber entendido bien de que manera estaba ahora al otro  lado de sí mismo.
Entretanto Julián, que también debió salir del hotel como una sombra,  tenía que espabilarse, tomar contacto con el agua y volver a apostar en plena calle. Su autor estaba decido a imponerle un nuevo encuentro con el que debería cruzarse para ponerlo a salvo.
Por fortuna, ambos regresaron juntos a su casa, como era de esperarse, y Pascal se dio cuenta que después de todo había llegado con ese loco de Julián Rojo, más o menos hasta la página ciento treinta  del experimento, y  decidió entonces hacer el primer esfuerzo por encaminar a Julián hacia su redención, que a estas alturas tendría que ser algo extremadamente drástico, como la aparición de Dios, y escribió directo en la computadora:
“Primero le llegó una luz y pensó que era la buena. Luego supo que no, que como toda herida que no era mortal, tenía que pasar por un  proceso. Pero le empezó a llegar junto con la tristeza un entendimiento claro de las cosas, un entendimiento que lo obligaba a pedir perdón a todos y hasta casi ser amable con las piedras. En ese estadio estoy, pensaba entonces Julián, pretendiendo ser otro. No sé si va a llegar, no sé cómo se viene.
 ¡ Ayudénme alguna vez, pensando que fui bueno ¡
 Le gritaba a todas  sus historias.
Pero pasaban los días y no aparecía Dios, aunque le daba todo el tiempo atisbos de belleza, pero no aparecía. 
Julián cojeaba de una pierna – y es fácil imaginar de que pierna cojeaba - la del recuerdo inútil, la falta de amor nuevo, la de la soledad precisa, el destino incierto y andaba más o menos, tratando de  ser valiente, decidido a vivirse.
Tiempo, tiempo – se decía – es lo que necesito. Tiempo lento para pagar lo intenso, tiempo interno.  Y así  siguió caminando solo, sin mover bien la pierna, la aventaba para adelante, cojeando de amor por todo, con mucho llanto, mucho agradecimiento, con mucha piedad y dando gracias por todo.
 Las cosas siempre habían sido así, quedarse a pintar las cuevas de Altamira tenía un precio y el hombre primitivo que recogía del suelo una concha perfecta o le bailaba al sol, entendió que nunca seria el verdadero dueño de la magia. Falto de utilidad, ese mismo hombre tenía ahora que vender enciclopedias en lugar de escribirlas, y quedarse a la misma  espera de la aparición de  Dios.
Entonces Pascal pensó que no haber escrito: "a la espera inútil de la aparición de Dios", era una transacción que podría salvarlo.
Sentado frente a la computadora prendió un cigarro y en el pequeño lapso de una reflexión que le sabía a café, que se confundía con el humo, arribaron con demandas y gritos los errores amontonados de los últimos años.
El hábito de buscar siempre lo nuevo lo había convertido en su propia víctima y lo más grave,  le había hecho dejar atrás a la gente que realmente lo hubiera querido. La soledad era un resultado de su narcisismo, pero también era a lo menos que tenía derecho, si estaba obligado a salir a la calle de una enorme ciudad con lágrimas en los ojos, dejando atrás la música de los planetas y el alma entre cuatro paredes de concreto; si estaba obligado a intentar la comprensión del "no sentido de las cosas", a no perder la fe y a desear menos penas.
Pero aceptar la falta de coraje era algo grave, terminaría por dejar el refrigerador desconectado, las uñas sin cortar, y se quedaría sin vestir los fines de semana. La vida seria absurda si ya viejo se veía obligado a pensar que no existía hombre rico que fuera honesto, o nadie que hubiese triunfado que no fuera inmoral.
Aun a pesar de esto, quizás el mundo podría ser menos injusto con algo más que una taza de café en las mañanas, menos absurdo si se levantaba uno temprano a luchar como todos los demás, y mucho más cierto si no cometía el error de gastar el último dinero en comprar un billete de lotería.
 Como si un nuevo hechizo hiciera sus estragos, el dolor de huesos conservaba su lugar preferente por lo que acontecía con Julián. Pascal Lezama, en su escenario personal, hizo un descubrimiento fundamental: Una actitud que pretexta los errores del mundo para descartar ofertas de la realidad, es un lujo que no puede darse un pobre.
Por otra parte, si Dios hubiera hecho bien su trabajo- se dijo Pascal -, yo no habría tenido  necesidad de escribir esas páginas...
Bastó volver al leer esta última frase para que se diera cuenta que había cometido una blasfemia. Sintió que tenía que llegar pronto a un final, atar los cabos sueltos y dar alguna congruencia a los hechos, porque quizás esa era la manera en la que Dios hacía realmente su trabajo.
Debido a la supuesta novela, Pascal había abandonado muchas cosas, incluyendo al dentista, y era porque el dolor de muelas estaba todavía por ahí para recordarle su desidia, que  debía liberarse de sus luchas internas. Tenía que  responder a los hechos reales de la vida, única, indivisible y cierta.  Había que irse olvidando de escribir entre líneas esta preocupación sobre el absurdo de estar girante en un planeta que no va a ninguna parte y utilizar el tiempo en algo más que la contemplación.  Sentía un dolor de decadencia aparejado con el de la muela y junto con él, un temor de no poder hacer mejores esfuerzos.
Seguir jugando a  Dios con sus personajes le  pareció una soberbia y decidió terminar con el asunto,  Julián ya estaba muy mal, la lección de haber sido abandonado por Ofelia y su posible afición por las drogas, no cambiaban en nada las alternativas a las que estaba acostumbrado; seguía pensando que si aparecía una mujer inteligente iba a subirse a su tren y a entenderlo sin reservas, a decir lo que se tiene que decir después de hacer el amor y a procurarle una forma de consuelo posible antes de irse.
Esa era la única forma de poder ser mejor que había entendido, como si nunca fuera a estar viejo.
Había llegado el momento de poner orden.
-No hay nada peor que la crudeza de la vida.
Trató de explicarle Pascal a su personaje, en el marco de un dialogo interno que pretendía aclarar las cosas.
-A los dos nos dejó Ofelia y yo no encuentro como solucionar por ambos.  La pintora no es una alternativa sana y no pienso arruinar mi vida sólo porque ella existe. No sé que hacer con este escrito -  continuó Pascal -, no puedo seguir perdiendo el tiempo y no se me ocurre cómo alguien con tus antecedentes pueda merecer algo bueno después de lo que ha hecho.
 Además, - agregó Pascal - pintora o droga, a mi me da lo mismo, porque ya quedó en la memoria de la computadora que Ofelia no vuelve y que no es posible la sustitución que pretendes. Ojalá puedas entender que yo también tengo que responder a mis problemas. 
Aclaró finalmente  Pascal.
En realidad y no obstante estas reflexiones, ambos podían quedarse así para siempre, es decir, sin nadie, compartiendo esa soledad radical de quien no encuentra sentido a la existencia y además, se empeña en buscarlo lejos de la realidad, en el sinsentido de la imaginación y  en el doblepensar  de que las cosas pueden llegar a suceder después de que se escriben.
 En otra dimensión, a la búsqueda inútil de un arreglo justo para cada uno de  los dos personajes y para sí mismo, debía existir un irresponsable dejando truncos sus momentos. Verdadero autor o  lector, según le convenía, involucraba a Pascal y a Julián en un impulso sin explicación, -  eléctrico, editado -, y no se trataba sólo de su idea de jugar a un papel trascendente en la computadora, sino del fantasma de su propia patología que involucraba a todos los personajes y que estaba extasiado en la contemplación de un universo personal, caótico hasta  su más íntima sustancia. Si no se curaba él, tampoco podía dar un destino congruente a su propia proyección,  que eran, injustamente, Pascal Lezama y  Julián Rojo. 
Quizás el autor de todo estos es un hombre que tiene miedo - pensó por su parte Pascal -  un hombre con pavor a la muerte como cualquiera de nosotros, pero que ya no quiere seguir haciendo víctimas ni siquiera por escrito. Un hombre confundido  que no se atreve a hablar con su primera  mujer y decirle que ama a otra, porque quizás no ama a otra y si quiere a su mujer. Alguien  que ahora está confundido y que nos va dejar a todos en suspenso cuando solucione para él mismo y se olvide de escribir.
Cualquiera era capaz de proponer una caótica trinidad que significara la raíz profunda de una esquizofrenia o un narcisismo extremo que ya venía de regreso,  pero para Pascal o Julián ya daba lo mismo, para ellos  todo tenía que estar inscrito en la magia, ser en el momento y detener el  tiempo.
Pero quizás Dios seguía siendo  la causa mediata y eficiente de todo, y el hombre solamente  la causa inmediata e instrumental que escribía en la computadora. Si el escrito quedara sin terminar, sería un designio divino que fue realizado por un hombre elegido para tal efecto, en este caso, un enfermo o un imbécil.
Ambos sintieron  un gran miedo de pensar así...
Adentrarse de lleno en el error, aclarar la verdad o dar muerte a alguno de los dos personajes, no podía ser una vía para salvarse,  porque no serían solo dos quienes habitaran en el inconsciente de ese autor metafísico, ni bastaba el acuerdo entre ellos, era toda una asamblea sobre la que ni siquiera un psiquiatra tendría una solución a corto plazo.
Pascal no se dignaría a hacer nada por Julián, si a él tampoco le solucionaban; si no aparecía a su vez el autor que en otro espacio tenia el poder de la facticidad  y que hacía encontrarse a todos en la computadora.
Tenía que aparecer el que había inventado el truco de dividirse en dos, o  en tres, aquél que estaba detrás de la cortina de palabras  para  hacerse responsable de todos.
Pero….¿dónde estaría ahora ese santo, profeta, iluminado o loco?
Esa era la preocupación de Pascal, porque si esta primera persona de la trinidad estaba en un manicomio, podría estar haciendo cosas que parecieran milagros a otros locos, pero no a favor de ellos.  Podría estar invitando a todo el mundo a salir,  pero también podría aparecer la mano de otro Dios más poderos e  implacable cuyo poder era tan grande como para arrebatarle el cuaderno, darle un sedante y quedar todos  en el  limbo.
i Demasiada complejidad i
Se atrevió a opinar Julián Rojo.
Para mí, el problema es que todo lo que piensas se vuelve equivocado e incompleto, porque si el problema es tener que acordar con una realidad tan confusa, lo único recomendable es que nos quedemos todos en un cajón, e intentes una revisión seria de la novela después de que haya pasado mucho tiempo, total, puedes envejecer a partir de la siguiente página.














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