martes, 12 de abril de 2011

Capítulo 34 HABLANDO CON CARACOLES

Cercado por sus debilidades y la actitud de Julián “Rouge”, Pascal decidió enfrentar la lluvia real que se daba en la calle, y no la de las aclaraciones de Julián que no tardarían en caer copiosamente bajo techo.
Julián Rojo, por su parte, se dio cuenta que era ya inútil aprovecharse de la confusión de su autorpara obligarlo a escribir más sobre él y así tratar de rescatar su origen. Pascal había decidido no tomarlo en cuenta, aún que su influencia era evidente y con el tiempo, se habían extrapolado algunas actitudes. 

Julián quedó convencido de que si tenía que haber un desenlace, el mejor de todos sería aquél que no implicara ningún hecho escrito por Pascal, que ya no tenía remedio y, por tanto, él se vería arrastrado. Quedaba sólo la intervención de Dios, el surgimiento de la fe en alguno de los dos, el milagro de una  aparición.

Al llegar a su casa, Pascal prendió la luz y miró los caracoles que aparecían en primer plano del librero; caracoles rosas, grises, azules, café claro, de diferentes formas y tamaños.  Pensó que de alguna manera habían sustituido a los conceptos encerrados en los libros que estaban atrás y que hacía mucho había dejado de leer.

 Imaginó que un sentimiento de orfandad, el recuerdo de un cielo reducido al mar y el milagro de ver las estrellas por primera vez, se convertían ahora en un aire de nostalgia que flotaba en el cuarto. Se refugió en la médula misma de sus huesos, se recubrió de fondo,  porque con la edad el esfuerzo por entender lo había desgastado, igual que a los caracoles la marea, y empezó a confiar en el presentimiento de que un rumor podía salvarlo.

Le pareció muy lógico que esa respuesta pudiera estar depositada en el fondo de un laberinto donde al final e irremediablemente, se tendría quen encontrar con Julián, y los dos tendrían una respuesta ligada a otro horizante de la imaginación que estaría más allá de lo escrito. Después de todo, la esperanza de los caracoles podría ser la misma de un viajero que extrañara, por ejemplo, una estación de tren; podría estar en la nostalgia de una prostituta por una cama que no fuera de hotel, o en su propia ilusión por un encuentro que la prisa del presente tardara en deshacer.

Pero los deseos y las intenciones no suelen depositarse en osamentas y  los caracoles no todo el tiempo dan respuestas; a veces se quedan quietos sobre una mesa, un librero, se exhiben en una tienda, prescinden de la marea y cambian, por aire, su antigua vocación de escuchar rumores metafísicos depositados en el fondo.

Julián Rojo, por su parte,  ya se había dado cuenta que no existía  presencia de nadie en ningún otro que tuviera ya una historia, porque no iba a arriesgarla, y menos a la edad de Pascal.

Ninguna persona que amara realmente la vida y sus milagros podría pertenecer a otra después de cierto tiempo; no esperaba por otra, no se estacionaba en otra, no apostaba definitivamente por ninguna  otra. 
El presente era una circunstancia ineludible que nos obligaba a vivirlo y hacía desaparecer todo lo que sucedió antes para acarrear nuevas cosas,  y entonces desear o esperar, por ser algo que sucede sólo en la mente, se convierte en un error.

Lo que no fue o pudo haber sido es un cadáver. Es algo que se diluye, como el café instantáneo en el agua caliente, que se adiciona y se funde a otro momento extraño y fuera de nosotros..  Esto, y no otra cosa, define a la condición humana.

Existe lo que está, el “yo-en-el-mundo-aquí-y-ahora”, donde estos guiones  integran un sólo concepto. Entonces todo ese trabajo de “curar heridas”, “justificar recuerdos”,  “pagar culpas” o “esperar encuentros”, es falta de entendimiento y madurez, algo que que se queda consumiendo el presente y hace a Pascal o a quien sea, tratar de escribir una novela.

Si realmente fuera posible adoptar esta actitud con inteligencia, este presente llegaría todo el tiempo a rescatarnos, dejaría sin trabajo a los siquiatras, sin objeto a los poetas, sin destino a los santos y sin justificación a los borrachos. 

Bastaría darse cuenta del paso despiadado del tiempo para justificar esos abrazos y también a sus formas de desaparecer. También el tiempo busca asirse a algo,  y ese algo somos nosotros.

Se atrevió a decir Julián Rojo.










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