miércoles, 27 de abril de 2011

Capítulo 7 LOS DATOS DE OFELIA


Después de unos días y por ahí del capítulo VII, Julián Rojo volvió a aparecer en el papel para recordar las calles de Félix Cuevas e Insurgentes, la habilidad que tuvo que desarrollar para disputarse esa esquina y vender el periódico sin tener que darse de golpes, porque siendo miope, llevaba siempre  las de perder.
En esa época, hay que confesarlo, había que “mojar la muñeca en el activo” y así sufrir menos penas. Fueron años de vivir sin memoria, como habitar, en un mismo día, un lugar de niebla y otro sin ella,  por  su afición a  "pegarle al chemo”.
Julián pensó que sólo sus antiguos compañeros entenderían esas expresiones de “pegarle al chemo” o “mojar la muñeca en el activo”, algo que ni siquiera su autor, que supuestamente era tan culto, hubiese podido imaginar, porque eso quería decir algo más que inhalar cemento, significaba  irse a tratar con los demonios para ser aceptado de regreso, imaginar lo bonito a precio de neuronas y todo eso para sentirse menos solo.
Quien más, quien menos - se dijo a sí mismo Julián -, todos éramos rateros. Los coches estacionados eran nuestro imperio y los tapones, espejos, faros o parrillas, eran fáciles de vender y hasta se podían cumplir encargos.
Eso daba mucho más dinero que “el veinte” que se ganaba en cada periódico y también era una forma de venganza contra de todos esos ricos que apenas se dignaban mirarte y así,  quien al final del día no había logrado robar nada, era siempre alguien menos que los demás.
Todas las noches, allá en las calles de Roldán, Don Richard aceptaba todo tipo de objetos a cambio del thiner o de unas monedas, sin importar de donde viniera, y también se le podía pedir fiado. Ya con más lana, podías comprar cualquier otra cosa que quisieras.
Pero los mejores robos estaban en la mente de Julián, se iría a Paris y viviría en el Royal-Palace, igual que Fantomas lo hizo alguna vez, y ahí aprendería a robar joyas. Regresaría al barrio irreconocible, como un aristócrata bien vestido, bien bañado y bien peinado, que además aprendió a hablar francés.  Una noche vería entre sus amigos a quien escoger para hacer su propia banda y se convertiría en un personaje admirado y respetado,  porque después de todo, ser listo es lo que más vale y lo que admira la gente, y quien no ha estafado a alguien es porque no ha tenido nunca esa oportunidad.
Paralelo al recuerdo de ese sueño que nunca se cumplió, Julián fue recreando formas más simples de ser feliz y que por entonces existían, y se daban de vez cuando, como el sabor de los panes en los cafés de chinos que se mostraban  desde las vitrinas, o ya más grande el lujo de haber entrado a lugares como el “Bucabar” o al “África”, allá por la calle de Bucareli, un día que se encontró una cartera, y el esperar la realidad  hasta la llegada del día siguiente, pegado a los otros y haciendo ”cucharita” en el techo de un baño público que estaba por por la "Plaza Garibildi”.
En esos días Julián dormía casi contento de haberse librado de una “calentadita” por parte de la policía, que tampoco tendría por qué aparecer en sueños, porque estaban todos juntos y abrazados unos a otros. Y así en las madrugadas, por ahí de las seis y luego de acomodar las secciones de los periódicos, todos se iban a su recorrido o a su esquina y Julián cargaba, además de las noticias, con la esperanza de encontrarse “por casualidad” con su padre.
Soñaba que iba aparecer alguna vez al dar vuelta a una esquina para que pudiera  decirle que no había problema, que no importaba lo que hubiera hecho podía regresar, y aunque no trajera dinero o no tuviera trabajo, no había problema. Lo importante es que estuviera en la casa porque hacía mucha falta, todos lo iban a perdonar y nadie pensaría que era muy güey por haberse dejado atrapar.
Julián, caminaba siempre por las calles, imaginando el Paris de Fantomas y regresando a platicar con Don Germán Bidasoa, quien le decía, bromeando, que era mucho mejor negocio vender los periódicos que escribir en ellos.
Julián tenía un pleito con las palabras porque se las calló de niño, porque debieron surgir en el momento oportuno y no sólo servir de pretexto a un autor en la búsqueda inútil de una explicación de sí mismo, porque solamente servía de comparsa y en el fondo,  cualquier explicación dicha por otro  sería  siempre ajena a él, a él que tenía que sufrir una y otra vez a causa de los recuerdos ajenos.
Las cosas, las circunstancias, los momentos, debieron estar antes. Debieron ser oportunos y por qué no, hasta distintos o menos duros, compartidos con alguien más que estuviera cercano y no con quien jugaba a ser Dios en su cuaderno o la computadora.
Julián pensó  que a nadie le importaba ser testigo de lo que realmente le había pasado, que alguien le robaba las mejores escenas de su vida y presentaba solo las más crudas o tristes,  que nunca quedaría escrita su protesta porque no se había atrevido a decirla en el momento de suceder las cosas.
Finalmente había buscado una forma de pertenencia y de afecto en la ciudad más complicada del mundo y la había encontrado en lugares que no estaban escritos; en el olor a mariscos de un mercado, en el silencio que recordaba de su  niñez alegrada por su relación amorosa con una vieja gorda, cincuentona y madre de su mejor amigo, y no sólo en su relación con Pascal Lezama, que no era otra cosa que escritor mediocre.
Julián se había dado cuenta que no bastaron los libros de aventuras que le prestaba Don Germán para encontrar esa respuesta y que, por culpa de su autor, hoy lo separaba de una sociedad enferma, vicio del onanismo y el espejo, sólo el hilo delgado de una crítica cierta, la complicidad y el cinismo que expresaba la novela.
Por eso había abandonado todo a la desidia, por ver si era posible echar el ancla, parar alguna vez sin tener que seguir caminando las calles sin voluntad ni rumbo. Ya no le quedaba ni siquiera el consuelo de una reunión social donde su autor quisiera llevarlo, aún que él tuviera que escuchar la historia repetida de sus viajes de los cafés de Buenos Aires al jazz de Nueva Orleáns, porque a Pascal no le gustaba  que los demás se enteraran que fue pobre, le parecía de mal gusto hablar de eso y lo obligaba a quedarse siempre sin salir del papel.
Así, de nuevo embarcado en una  circunstancia inventada  por su autor, un viento se detuvo y Julián, en la calma chicha de su tristeza, encendió un cigarro...
Por su parte Pascal, desde su computadora, piensa en la voz de Ofelia y en franca huída del recuerdo, hace al personaje escuchar el timbre del teléfono en su oficina, a punto de un naufragio personal que él se quiere evitar.
Como respuesta a un S. O. S  que no fue lanzado por él....Julián  tendrá que contestar la llamada.
“ - Mi querido "Rouge", no sé que estás haciendo en la oficina, pero quiero informarte que hay un sol maravilloso y que el bosque de la carretera a Toluca debe estar padrísimo, dejo al niño con mi mamá y aunque es todo un volteón, paso por ti.
- Traigo una botella de "Herradura" en el coche y me llevo un buen material de lectura, nomás espérame en la puerta para no tener que estacionarme”.
Dijo finalmente, sin esperar respuesta.
Ofelia creía en Dios y no decía mentiras, había llegado por intuición a darse cuenta que amar era la única puerta de entrada al universo y decidió ser extranjera porque lo era en sí desde su nacimiento. Ofelia era ese “alguien” que perturba nuestra casa y que a pesar de todo y contra todo es libre.
Como toda gente sabia, aceptó siempre lo inesperado y tuvo problemas con Dios y con el diablo, porque era incapaz de incluir una dimensión moral a su inteligencia y además era muy bella.
Seductora sin duda, Ofelia era un desconcertante fuera de lugar que puso al descubierto la intención amorosa de quienes se quedaron atrapados por su evasión infinita. Se enamoró de ella un hombre que cayó en la cárcel, otro que vendía droga, uno más que era director de teatro, el millonario que hizo a los demás perder su huella, y hasta un autor desconocido que le dedicó una novela.
Ofelia tenía un destino y lo demás era accesorio, la pena de quienes se quedaron con su recuerdo, la distancia que debe sufrir el que esté ahora con ella.  Lo que diga cualquiera, sólo tiene que ver sólo con la historia personal de cada uno, con aquellos que tuvieron por un momento el privilegio de estar cerca y que pudieron captar un poco de la magia, la seducción o el milagro. 
Ofelia era,  sin duda,  una extranjera.
Aún ahora nadie sabe si paró alguna vez, lo cierto es que la gente que la conoció retarda su permanencia en los aeropuertos con la esperanza de verla, y otros piensan que se quedó a vivir en una casa con un enorme jardín, en el que enfrenta a dos insectos a  un combate a muerte en un frasco todos las mañanas, como una forma de engañar a la memoria y olvidar sus afectos..
Nadie sabe, tampoco, si asiste disfrazada a algunas reuniones o tiene una presencia fantasmal derivada de los recuerdos de quienes asisten, pero en algunos rostros se adivinan historias inconclusas que temen encontrar cierta complicidad.
Ofelia amante, esposa, amiga,  madre, parece que se sale del alma algunas  veces y entonces uno piensa en el bosque, los rostros, las calles, las ciudades, como algo que tiene una existencia propia.
Pero sucede que suave, muy suave, Ofelia se refleja en lo bello, invade los refugios, su ausencia permanece y uno llora a plenitud, sin pena, da las gracias por todo.



Nota: La intención de Pascal seguiría  siendo mantener a Julián  cerca de Ofelia y  retrasar el abandono que él mismo sufría, transar con lo bueno mientras fuera posible y seguir escribiendo.






*

Capítulo 8 LAS CONFESIONES DE DON JUAN

 
La ilusión asume formas insospechadas y cada quien cree conocer las suyas. Pascal había encontrado la forma de retener a Ofelia aún que fuera en la computadora, así que Julián tenía que seguir cumpliendo con el encargo. Ahora tendrían que pasar por él, precisamente a la hora en que  todo el mundo está pendiente de quién evade el trabajo y es más difícil huir de la oficina.
Cuando Julián entró al  elevador, después de haber inventado alguna excusa para salir, la insospechada secretaria apareció a un lado, mujer madura que ha logrado conservar el atractivo de su cuerpo después de algunos años y que conoce perfectamente los trucos de su arreglo, lucía zapatos de plataforma anudados hasta la pantorrilla, medias de cocolito, falda negra entallada y esa actitud de quien sabe jugar a las cartas adelantando sólo un par de doces y escondiendo el comodín de una noche de farra. 
Después de tres pisos de rigurosa revisión, Julián pensó en ser amable y dejarla salir primero, quería que caminara de espaldas y verle las caderas  para tener el diagnóstico completo.
En la cafetería de la oficina ya se había producido el caos, la preocupación de la mayoría era que se hubieran acabado los “molletes” y frente a esa carencia, todos buscaban un consuelo posible sin sujetarse al riguroso turno: un capuchino, un exprés doble, un chocolate con amareto, gritaban varios desde la fila.
Al paso de Julián, que rodeaba la cafetería para hacer menos visible su escapada, escuchó que la secretaria  pidió sólo una botella de agua, pero no había cambio.
- Ahora o nunca, se dijo a sí mismo Julián, quien fingió formarse y adelantó por atrás una moneda.
- De que se muera usted de sed a que me quede yo más pobre, prefiero quedarme más pobre.
 Dijo Julián.
-               O sea que además de los diez pesos, le debo la vida.
Respondió ella.
-               No, nada más la vida, los diez pesos no importan.
Contestó Julián.
Pero la respuesta fue sólo una sonrisa que no comprometía a nada.
Además, no había tiempo, tenía que llegar pronto a la puerta del edificio para que lo recogiera Ofelia, así que no tuvo otra posibilidad que “abandonar la plaza”, dejando sembrada la semilla para un segundo encuentro.
Al desembocar en el Zócalo, abordo del Wolkswagen y ya con Ofelia, parte de Palacio Nacional pasó por la izquierda y un segundo después, al dar la vuelta, encontró su marco en el parabrisas trasero. La ciudad se había visto forzada a cambiar y  ni las piedras gastadas de su templo mayor, ni el corazón cuarteado de su  catedral, lograban ahora la dignidad de un paseo sin prisa.
Julián imaginó que a esa misma ciudad sentía  una especie de asma que no la dejaba respirar y que una lluvia ácida recorría sus arterias; que le dolían los contrastes, la cursilería, la pobreza, la marginación, y aunque tomara decenas de discursos en calidad de medicina o le siguieran recetando seminarios sobre el transporte, era muy difícil que pudiera aliviarse.
Quizás todo lo que pasaba era el resultado de una inmortalidad ya sin memoria, a causa de la prisa. Todas las piedras del templo mayor o de la catedral, eran sólo un marco que asaltaba el espacio de cada quien, como un fantasma  y un andar de reloj que tendría sentido si existiera realmente un relojero que pudiera sincronizarlo todo, todo lo que existía en ese momento tan dispar, tan absolutamente su contrario.
Quizás lo que pasaba  tendría sentido si existiera realmente la esperanza de un relojero que lo pusiera a tiempo, pero  nadie miraba a nadie y la pobreza, la indiferencia, el ruido, acompañaban a las piedras en ese marco imperturbable a la prisa de cada uno.
Camino  a la carretera, lo cotidiano fue superado una vez más por la magia de Ofelia que como un rompehielos se abría paso entre lo real.
-Cómo te va hoy mi "Lorenzo de Arabia".
Dijo ella.
-Tengo ilusión de que todo va a tomar un nuevo impulso.
Contestó Julián, animado por la posibilidad de su posible aventura con la secretaria en la cafetería de la oficina.
- Otra energía distinta que hará cambiar la vida, amar siempre a alguien, como hacemos nosotros, como te amo yo a ti cada vez que te veo -  continuó diciendo -, pero también ser plenamente existencial, buscar lo nuevo y descubrir un mundo para compartirlo.
-Pero la tierra es redonda mi querido "Rouge".
Sentenció Ofelia.
-Además – continuó diciendo - tú tienes un problema grave, cómo no vas a buscar la ilusión de querer siempre a otra mujer, si antes de conocer a la última seguiste  queriendo a las demás y la última que tuviste se convirtió en una de las otras.
Julián no contestó hasta más tarde, la música de un concierto de  Hoffman se siguió escuchando en la radio como una forma de "no-respuesta" y marco a un pensamiento que se sabía instalado en su necesidad de autoafirmación, su no estarse quieto como un colibrí.
Julián se recordó de niño, pasando y repasando las hojas de un libro de iluminar sin decidirse  y cuando por fin intentó dar color a uno de los dibujos, recargó tan fuerte el lápiz que rompió para siempre el mar de la China que cruzaba Simbad.  
Con ese mismo furor había vivido.
Se dio una tregua aún más larga para contestar y sólo por unos segundos recreó el mundo sensual de los olores, el fetichismo de las prendas, la promesas que se adivinan y que hacen posible la aventura, pero Ofelia tenía razón, después de todo no era posible que siguiera habiendo donjuanes en el Asilo “Mundet” y él habría perdido la apuesta desde el principio.
En ninguna  otra ciudad del mundo había donjuanes más distintos, ni había tantos estilos como en ésta, según fuera la edad o posición social, el ámbito al que solían ocurrir, o el público femenino, "conocedor y culto" que pudiera apreciar esas  virtudes.  Julián había competido como un  Don Juan profesional desde que era poco más que un adolescente, víctima del espejo y el peine, e incluso había logrado seguir en la contienda ya pasados los años.
Pero en el fondo temía acabar en un Don Juan, si no solterón, sí profundamente solo y que fuera atractivo por ser supuestamente "el hombre interesante“. Alguien preocupado por conservar la imagen y el paso de los años, con la crisis de los cincuenta encima y su intención de platicar todo el tiempo para intentar dar clases de “mundología”. Acabaría asistiendo a una de esas reuniones donde buscar consuelo se ha prostituído, los asistentes se dedican a reclutar nuevas víctimas y sería un hombre condenado a no conocer a ninguna mujer, simplemente por quererlas a todas.
Finalmente quedaría sólo una lista de teléfonos a los que ya no podría llamar y una serie de momentos que habrían pasado sin pena ni gloria, y todo esto  gracias a su irresponsabilidad. Su juventud habría terminado el mismo instante en que se dio cuenta que ya no hacia sufrir a nadie con su abandono, que a muchas mujeres les parecía ingenuo, y que más triste que envejecer había sido no haber crecido nunca.
Julián se sabía repartido en distintos lugares, en historias siempre incompletas y en sus hijos,  en todos sus hijos y en aquellas formas de amor que se hacían por carta. Lo grave era que los afectos que se le habían vuelto ajenos seguían  arraigados a él, como si fueran un brazo o una pierna que se sigue extrañando por estar incompleto al caminar las calles.
Recordó  cómo la misma  Ofelia le fue ganando a su anterior mujer, hacía casi diez años, todos los espacios posibles. Entonces pensaba que no tomar decisiones lo había sujetado, que sus ilusiones se negaban a regresar porque todos sus sueños estaban ya con Ofelia y no se había entendido nunca con "la otra", que ahora se volvía un ser extraño.
Como una forma de venganza, sus ilusiones podían irse, no tenían por qué amanecer con ella, ni él tenía por qué enfrentar ese olor a paciencia, repleta de bondad, con la que amanecía algunas veces, pero  sobre todo, esa actitud sublime de no reclamar nada.
Envidió la armonía, el respeto que existirían en otros sitios donde él había pasado y a la gente había logrado construir algo; en cómo se habría educado el mayor de sus hijos, que a estas alturas debía ser ya un hombre, y cuántas veces se había ido de los lugares sin siquiera despedirse o mandar una carta.
La pérdida de la juventud traería el desencanto para Julián. A su espíritu se presentaría el recuerdo de mil diferentes noches, equivalentes a mil diferentes huecos en otros tantos hoteles de paso o lugares parecidos, donde él intentó juntar a otras tantas mujeres en una sola.
Y esa mujer, esa que debió ser el amor único y esencial de su vida, no aparecería ya nunca. 
En cambio viviría la pesadilla de seguirla imaginado muchas veces, porque en realidad nunca la había encontrado.  Las mujeres se habían convertido en objetos de su vanidad y ni siquiera sus nombres habían permanecido, porque se fueron perdiendo, como algunos objetos, de una mudanza a otra.
Aún frente a la posible reflexión de que todo eso no importaba, porque había sido el medio para obtener momentos con un alma propia e hilarlos como cuentas del collar de su autoafirmación, esto no le serviría  a su vejez solitaria ni al momento de su muerte.
Julián preparó entonces su respuesta  y finalmente dijo:
-Ahora me va a resultar que ya no somos la suma de cosas que nos pasan o que nos han pasado, que debemos olvidarnos de nuestro pacto de seres plenamente existenciales y respetar todas las formas burguesas de comportamiento para ir envejeciendo en paz.
- Me parece muy bien -  continuó diciendo - te propongo que tomes clases  de cocina mientras yo me vuelvo un incondicional con mi jefe y así iremos progresando; terminaremos aburridos pero con casa propia y viendo la televisión diez horas diarias, yo me aficiono al fútbol y a las cervezas, tú aprendes a hacer pasteles y todo va estar “chulo de bonito”.
Ofelia rió con ganas, después de escuchar esta proposición y aclaró:
-               El respeto a sí mismo debe ser otra cosa y el amor a sí mismo también, algo que en el fondo no conocemos, pero que tampoco está ahí.
-               ¿Para qué quiere, por ejemplo, el presidente más dinero?... ¿para qué quieren todos más poder?...¿para qué nosotros – retuvo el humo del cigarro -  más imaginación o más placer?....Eso es algo que no entiendo.
-               -Así es, mi querida Ofelia.
Respondió triunfante Julián.
-Todo, dijo Ofelia, todo esta fuera de nosotros y por eso es relativamente nuestro, sólo el auténtico amor y el respeto a uno mismo nos pertenece, pero hay que saber como tenerlo o aprender a aburrirse para ser feliz.
- ”Del útero al sepulcro, todo hombre es su propia cárcel”.
Enfatizó finalmente Julián, para dar tono a lo dicho con una frase "redonda" que no venía al caso y que nunca era de él. 
-A lo mejor cosas como la verdad y  la felicidad no están hechas para nosotros, por eso  el mal de la distracción, mi querido "Rouge”.
Sentenció Ofelia.
- Pero…¿Cuál sería la verdad para nosotros, si la verdad es lo menos importante al hecho de estar juntos?, ¿cuál sería la verdad que oculta el fingimiento?, el tuyo de no estar nunca satisfecho porque ninguna mujer saca diez, o el mío de saberlo desde ahora y a lo mejor estar buscando otra cosa.  Continuó diciendo Ofelia.
- Lo que hicimos los dos con la verdad, fue siempre guardarla con miedo a que estallara,  porque después de todo, ¿quién quería la verdad entre nosotros? 

Dijo  finalmente,  tomando la mano de Julián.
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Nota.- “Quien no ha tenido siempre una mujer, no la tendrá jamás”. Era otra frase “hecha” con la que Julián hubiera querido rematar el diálogo.







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Capítulo 9 UNVIERNES POR LA TARDE

Julián imaginó el cadáver, mano abierta y costillar de madera, de la osamenta de un barco antiguo que había visto alguna vez, cerca de un faro, en una  playa del Perú. Solo que esta vez aparecía  en pleno bosque a un lado de ambos, sin carga nueva, ni barriles de aceite, vinagre o agua fresca. Achicando la nave mal clavada y remendando las velas, había sólo una tripulación compuesta de escenas y momentos que huían de la moral entendida más o menos a medias, las decisiones que habían delinquido por soledad y la necesidad de llegar a ser nuevo en un mundo recién descubierto. 
La presencia de Ofelia significaba para Julián la evocación de momentos vividos por ella en otras partes, pero que podían aparecer en cualquier lugar.
.Eran como esas historias a las que nacen alas y vuelven a transitar por un mismo paisaje, cediendo siempre su lugar a las nuevas.
Y en ese encallar común, donde las historias se conocían y se mostraban sin antifaz, obviando por prudencia los detalles, Ofelia dijo a Julián:
- Eres para mí todos los  hombres que me han sido, pero yo soy todas las mujeres que te serán jamás....
Como si obrara la voluntad de un dios personal, el bosque y la imaginación estaban ya de acuerdo, todo lo real no tenía peso y Ofelia misma era sólo una intención aérea que impulsaba las velas. Las historias de ambos se reunían en el abrazo y las frases de amor buscaban viento, de la misma manera que un hombre puede navegar tras una esperanza que no asegura nada, sino el impulso oportuno de otro sueño.
De regreso al departamento y profesional de la siguiente escena, Julián llegó a planear la aventura número mil de salir a la ciudad, ponerse un traje, una camisa limpia y acudir a esa cita de la que probablemente resultaría un aborto. Con mucha suerte podría rescatarse un poema al día siguiente, o el repaso de otras  historias con música de  tango.
- Hay un gran desperdicio en todo lo que haces.
Entró diciendo Ofelia sin mirarlo.
Había cambiado sus pantalones de mezclilla por una falda muy ceñida, con botones a los lados, tres de ellos sin abrochar, y se sentó sobre la cama con la pierna cruzada y exhibiendo unos zapatos negros de tacón alto. Ambos quedaron de acuerdo con sólo mirarse, y al volver a guardar la corbata en el closet, quedó a la vista un mapa de París con las rutas del metro.
Julián siempre se odiaba por no estar ahí y siempre se iba perdonando poco a poco,  gracias a la magia de Ofelia, quien dijo en ese momento:
- Hoy arderá cualquier cosa en la chimenea, quemaremos los espacios huecos y el árbol de la "feliz navidad" que nunca tuvimos, los sabihondos consejos de nuestros padres envueltos en las “Ultimas Noticias" y los poemas que aprendimos en la primaria.
- Más tarde, si quieres irte, entre los dos recogemos lo que haya quedado y nadie va a imaginar que hicimos leña de nuestro pasado...
La media transparente de Ofelia guiaba la provocación del zapato a la entrepierna,  se quitó la falda y Julián miró agradecido esa mancha de tela sobre el suelo, como el justo escenario que un profesional pone al deseo.
-Los dragones de Ucello -  dijo Ofelia - viajan a estas horas en taxis amarillos que encienden como pajas y es muy peligroso que te vayas ahora.
- Para mañana temprano – continuó diciendo -, ya contraté a San Jorge para que acabe con ellos y los convierta en mimos y limpia parabrisas  Entonces  podrás irte a donde quieras…
Julián empezó a disfrutar una forma de humedad  en su piel y a escuchar la voz suave de Ofelia intercalada con el crepitar de la madera y la rendición de ambos, el aprendizaje de milenios se sumaba para desear otra vez aquél lugar distinto que imaginaron en el bosque.
Puesto de rodillas, Julián reconoció frente a su cara la cueva y el hogar prendido hacía milenios, en el refugio posible de un viernes por la tarde.

Capítulo 11 LAS LÍNEAS DE LA MANO


   
Sabiendo que su personaje estaría ocupado intentando un poema que no nacería nunca, Pascal se quedó fascinado por el anuncio del periódico que daba la explicación impecable y completa de cómo rinde el capital: “Las sociedades de inversión o fondos, se distinguen porque sus operaciones se realizan con valores y participan, todos los días, de la mesa de dinero”.
Sería una forma distinta de ver al mundo y  con la misma ilusión con la que alguna vez se aferró al juguete, podría comprarse un coche deportivo que le recordara el zumbido hecho con la boca, del corrió empujado por su mano siendo niño.
¡Ser millonario ¡
Tener la certeza de que nunca va a faltar nada y más aún, que se puede tener suficiente para repartir un poco y sentirse bueno, porque ser pobre tiene la doble pena  de no tener y la de no poder dar.
Hacerse rico era algo tan importante que muchos se habían arriesgado hasta la cárcel, soñando cada día con los proyectos que realizarían al salir. Ellos conocían  bien el olor que tienen los billetes - pensó Pascal - y desde ahí, desde su celda de primera clase, con buena comida, cancha de tenis, buenas mujeres y todo lo que querían, nada les debía preocupar.
Y eso si les va mal - pensó- porque hay muchos que ni siquiera la pisan y si seguimos así, va a llegar un día en que estos ladrones se vuelvan héroes populares, personajes de telenovela,  y le gente les pida autógrafos como si fueran artistas del cine o la televisión.
No hacerse rico, sino tener sólo un poco,  debió ser el precio que tuvo que pagar  el padre de Julián Rojo cuando se corrió la voz de un "fíjese comadre que se lo llevaron por sospechoso" y aquél pobre ni siquiera lo pensó a niveles de fondos de inversión o de valores. El padre de Julián quería ser rico sólo unos días, comprarse algunas cosas con las que había soñado desde siempre y fue después de que vio un programa de la televisión donde había una pareja de patinadores en el hielo y se anunciaba un coche de lujo.  Pensó que tenía derecho a que por un rato el mundo fuera así, "igual de bonito", y también que por robar una tienda de abarrotes por una sola vez, no le  iba a pasar nada.
Paradójicamente y paralelo a su sueño de ser millonario, Pascal se había dejado seducir por una cartulina puesta en un aparador que ofertaba una rebanada de pastel y una taza de café por el mismo precio.
En el café de Woolworth - las cosas iban de mal en peor –, buscaba los resultados de la lotería del  “melate”. en el periódico recién comprado.  Pero antes de cotejar el número, decidió guardar un rato más la ilusión e invitar a su personaje que siendo irreal, no habría de consumir nada. Entonces empezó a escribir  con letra muy  pequeñita detrás del mantel desechable una especie de conjuro que involucrara a “Rouge”, y sólo por platicar con alguien.
“ Bajo un sol resplandeciente, Julián Rojo caminaba esa mañana arrastrando su pena por la Reforma, cerca de la glorieta de Colón, y al pasar  de largo frente al  café de  Woolworth donde estaba Pascal, se encontró con aquella gitana, fea como un personaje de cuento, que explotó en una risa sin dientes al escuchar el piropo.
-¡ Uuuy, que guapa !
 Dijo Julián, pensando más bien en la posible historia de la mujer como algo bello y queriendo encontrarla para aprovechar que se autor se dignaba pensar, otra vez en él.
-Ven.
 Dijo la vieja, en un tono amable, casi familiar y queriendo agradecer el inaudito piropo.
-Ven, que te voy a leer la suerte.
- No uso dinero.
Fue la respuesta de Julián.
- Yo no te pregunté esa cosa.
Contestó la vieja.
Él mostró la palma derecha de la mano y ella negó con la cabeza.
 Entonces Julián mostró la otra, la mano  izquierda, la que tiene marcado el sino de la vida desde el nacimiento y que hizo posible que llegara ese día a conocerla.
-Oiga, vea usté, lo que va a pasar es que va a ser muy rico, pero mejor dicho, riquísimo, al final de la vida pero antes de morirse.
- ¡ Uuuy ¡, pero en riqueza,  pa que me entienda. 
Agregó la mujer.
Julián, al paso, quedo medio aturdido y no comprendió claramente lo que quiso decir la gitana, quien se alejó rápidamente. Sólo después se enteró que a partir de ese momento estaría condenado a interpretar lo que sería esa forma de riqueza y a vivir, por el resto de sus días, de los potajes condimentados del azar que le proporcionaba su autor.
Nada tiene sentido, se interrumpió Pascal. No viene  al caso lo de la gitana, ni  tiene por qué decir eso al personaje,  porque no encaja dentro del relato.
Por otra parte, tampoco tenía sentido estar más tiempo en el café de Woolworth. A Julián tampoco  le gustaban los lugares agringados con sillas de plástico, mesas de plástico  y gente que parecía de plástico.
Mucha azúcar - pensó de repente - hay que ponerle mucha azúcar al café para tener energías, sin poder apartar de su memoria el rostro de la gitana que veinte años atrás y en verdad, le había vaticinado el triunfo.
Esa era la razón por la que había decidido gastar en el periódico, buscar el resultado y de esa forma rogar que el destino y la gitana, puestos de acuerdo, no se hubieran equivocado.
Pascal siempre compraba aunque sólo fuera un número, una posibilidad entre cientos de miles de ser rico alguna vez. La fe tenía que tener su premio y cada semana se detenía a comprar el boleto precisamente en viernes, y siempre haciendo la misma broma al dependiente de la farmacia: Nada más nos la sacamos, vuelvo a pasar por aquí  y le compro un negocio nuevo.
Siempre al azar, que fuera la máquina quien escogiera la secuencia de números en diferente orden, eso no importaba, si eran los que Dios mismo había decidido que fueran los ganadores.
 A veces le costaba trabajo, al llegar el viernes, no tanto que no hubiera logrado disponer del dinero para comprar una línea de números, sino que había que comprar cuando menos dos y  si se podía hasta tres, para así tener más oportunidades aunque fuera entre millones.
Pascal soñaba varios días sin ver el resultado, siempre a la espera de que Dios premiara su   fe y que toda la infelicidad de no tener trabajo, de no tener un patrimonio que lo liberara de su angustia de envejecer sin nada, se aliviara desde el viernes muy temprano, cuando compraba el boleto de "melate" que le permitiría irse para siempre.  Entonces podría dejar de fumar y empezaría a cuidarse -  siendo rico valdría la pena cuidarse -, le podría pagar a un dentista y procurarse un afecto nuevo, lejísimos de Ofelia, porque a su edad  todavía estaba a tiempo.
Pero aquél boleto comprado el viernes último, aquél vagón de ferrocarril repleto de esperanza que caminó sin ruido todo el fin de semana, no había llegado a ningún lugar, no tenía un solo acierto...
- Ya es hora, pensó entonces Pascal.
Pero antes de pararse y con el último trago de café, sintió como si él mismo fuera el  personaje, alguien  que tenía que tomar el Metro,  porque el viejo coche estaba descompuesto, y buscar empleo de lo que fuera,  sin siquiera  haber ido a la peluquería, ni mandado a planchar su traje menos viejo.
Algunos vendedores de profesión, uno que otro vago y dos señoritas que revisaban la sección de anuncios, se quedaron todavía ahí, sin atreverse a mirar. Sólo algunos estudiantes de secundaria, escapados a esa hora de la escuela, reían en alguna mesa. Le quedaban apenas tres cigarros, tenía que cuidar el dinero para comer al medio día  y para otro café,  más tarde, hasta la noche.
Pascal volvió a recodar  el rostro de aquella gitana, arado por profundas arrugas, y la mirada penetrante de la vieja al tomar su mano y repasar las líneas de la  vida, con el que alguna vez se había encontrado en el aeropuerto colombiano de “El Dorado”, camino a Buenos Aires.  Seguramente la gitana le estaba jugando la misma mala pasada al bueno de “Ruge”, terminó de escribir en la parte posterior de aquél mantel desechable, justo cuando fue interrumpido.





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Capítulo 12 UN SINIESTRO PERSONAJE

-No es justo, pero así es. Dijo de repente el desconocido.
- Es mucho más importante una papa podrida cuando se tiene hambre, que  concebir una idea noble que pueda salvar a la humanidad entera.
- Los hombres tienen prisa por salvarse y la tierra se asemeja a un campo de concentración - siguió diciendo -  después de que hizo a un lado el periódico y se sentó al extremo opuesto de la mesa sin preguntar.
Pascal pensó que aquello "de la papa podrida y el campo de concentración”,  era la escena de una vieja película y que sería muy difícil deshacerse de aquél demente que ya se había instalado.
-Lo siento mucho, tengo que ir a trabajar.
Dijo Pascal.
-No mienta.
Respondió aquel extraño.
- Le invito otro café, podemos ser amigos sólo unos minutos y no volvernos a encontrar.  Yo le pido  solamente un poco de su tiempo, que es lo que más le sobra, pero no trate de  guardar imagen conmigo.
Aquello era un asalto, Pascal se sintió descubierto y no supo qué contestar.
 - La sensibilidad es un barril sin fondo - dijo el desconocido – y aunque  tranzar con el mundo fuera lo  más inteligente, no siempre es posible. Los deseos ilimitados son insaciables y matemáticamente no se avanza a ningún fin importante que uno se proponga, si todo está englobado en el universo.
Pascal se dio cuenta que estaba frente a un loco de remate.
-!Qué más nos podría ofertar el porvenir que no fuera el pasado!, la religión ha perdido la mayor parte de su imperio, mi amigo.
Dijo sin más aquél sujeto.
Pascal sabía que en una ciudad tan grande conviven muchos locos, pero se dio cuenta que esta vez se habría encontrado con uno que en verdad, estaría recién escapado del manicomio.
- Claro que no soy un experto en el  tema, nadie lo es, por supuesto, además de que el  análisis de ciertos testimonios o documentos, siempre de dudosa autenticidad, no arrojan mucha luz al respecto.
- Pero yo propongo – dijo en voz baja y casi en un tono de complicidad - un método infalible que nos libere de la preocupación por el momento de la muerte y salve, de este acontecimiento ineludible,  al espíritu, que ni es culpable ni tiene por qué ser arrastrado con ella.
Pascal hubiera querido decirle que frente a esa preocupación universal todo el mundo tenía ya su propia teoría; que había asumido una forma de pensar a través del catecismo cuando niño,  leído los tortuosos poemas de los místicos por encargo familiar y que tenía noticias, por parte de Julián, que incluso hasta las mujeres, en algunos casos, habían realizado estudios más allá de lo aprendido en una escuela de monjas.
-Ya sé lo que está pensando, pero no se trata de eso.
 Dijo aquél sujeto, que para mayor desconcierto ni siquiera vestía o tenía un aspecto lúgubre o doctoral, sino sólo el de un hombrecillo de ojos muy vivaces, cabellos blancos y un rostro amable que parecía sostenerse en el eje de una corbata manchada con mostaza  de color azul.
  -No intento adentrarme en ninguno de los vericuetos en los que está elucubrando, ya que ni siquiera el libro tibetano de los muertos es un documento irreprochable, aún a pesar de un esfuerzo de milenios.
Continuó el personaje.
- El mundo se debate entre su necesidad de encontrar una conexión entre el origen y el destino posible, pero siempre nos remite al ámbito de lo histórico, lo social, y a todas esas formas de la cultura que hemos amontonado en siglos.  El problema es que no se decide a retomar una fe que debe estar detrás de todo esto y, lo más importante, que nos podría dar la certeza sobre un regreso seguro.
Cuestión ésta, pensó para sí mismo Pascal, que llevada a su extremo es también bastante enajenante.
           ---  Pero que consuela mucho más que la desconsoladora idea de que no hay nada después de este tiempo.
Volvió a responder el desconocido, al adivinar el pensamiento de Pascal
-Mientras se ponen de acuerdo - continuó aquél hombre - están negando el derecho a la gente común de tener "algo cierto", “alguien que se preocupe por ellos” y a cambio de eso le recetan formas de existencialismo  insustanciales y totalmente fuera de lugar, o  frases importadas de Oriente, colecciónables en fascículos y que se pueden adquirir en cualquier puesto de periódicos.
- Todas ellas son doctrinas extrañas dictadas por maestros que envían su foto por correo desde un supuesto santuario en la India, cuando en realidad viven en Nueva York o aquí a la vuelta, pero la gente queda feliz de tomar  "aspirinas-conceptos" con medio vaso de agua para aliviar la falta de inmortalidad, y de leer un instructivo que promete un mundo menos descarnado que nos reconcilie con la naturaleza.
- ¡Son unos charlatanes, mi amigo,  son unos cínicos¡
Exclamó indignado.
Pascal pensó que quizás no había otra forma de aferrase a lo trascendente, porque los hombres comunes y corrientes estaban  desprovistos de la capacidad de aislarse de los viejos conceptos aprendidos;  porque no se podía pensar en un orden universal abstracto y difícil de entender, cuando se guarda una relación con la vida de todos los días y se tiene esa sensación de incoherencia que muestra todo el tiempo el mundo concreto que precisa de asideros mucho mas simples.
Además, la ciudad no era precisamente un lugar adecuado para pensar así y salir a meditar en silencio, porque seguro te atropellaría un borracho trasnochado o un camión de la  “Ruta 100”.
- No se distraiga con otras cosas y  permítame explicarme.
Pareció regañar aquél extraño a Pascal, sin dar la menor oportunidad a ser interrumpido.
-Ya nadie recuerda haber sido inocente - y aquí su cara pareció dulcificarse - como cuando uno vivía en el vientre de su madre, desposeído de toda maldad y pleno de santas percepciones.
El discurso es ensayado y es posible que trate de vender algún seguro, pensó entonces Pascal, pero aún así y conquistado un poco por la determinación del personaje, lo dejó seguir hablando.
- Pero cómo será posible esto y de qué manera el obrero, el burócrata o la cajera de un supermercado se van a dar cuenta. Qué podemos esperar de una civilización que ha impuesto sus intereses sobre la metafísica y a la historia sobre la eternidad.
-- No, no,  mí trabajo consiste en asistir, como una  línea de comunicación tendida entre dos dimensiones, a quienes por alguna circunstancia están a punto de dejar este mundo y  procurarles un trance místico, todo esto a través de  este folleto ilustrado que puedo mostrarle ahora mismo, para que pueda escoger su mejor opción a diferentes precios.
El personaje puso sobre la mesa un cuadernillo mal impreso, gesto que aprovechó para seguir hablando.
- Aún que usted pensara que no tiene necesidad de mis servicios porque puede transitar al otro mundo sin culpas, podría yo recordarle que somos copartícipes de los tormentos y horrores que han ocurrido en todos  los lugares de suplicio, en los manicomios, en las salas de operaciones o en algún callejón,  porque todos esos actos se suman a una forma de realidad que subsiste por sí misma en lo que existe, en el ser total del que formamos parte, y esa complicidad está evidenciada porque todos respiramos el mismo el aire,  sin que ninguna de las autoridades de esta ciudad se preocupe por ésta forma de  verdadera polución espiritual.
- Mire usted, en conclusión, se trata de tener una ayuda en esa fase terminal en la que uno está apostando al eterno retorno y no puede pasar la aduana de la nada, simplemente porque no  lleva en la valija la comprensión de un tiempo y un espacio cósmico.
- Es en ese momento y no otro, mi querido amigo,  que existe la última oportunidad de volver a reconciliarnos con lo sagrado e integrarnos al universo a través de éste método ideado por un servidor.
Al decir esta última frase, pareció inclinar levemente la cabeza, como quien agradece un aplauso,  y Pascal tomó la decisión de salir huyendo del café de Woolworth.
Lamentablemente el mundo estaba compuesto por gente sin trabajo que busca las ofertas de una taza de café con rebanada gratis de pastel, en medio de una enorme ciudad y sin tiempo para pensar en la inmortalidad. Le quedaban apenas tres cigarros, tenía que cuidar el dinero para comer al medio día y para otro café,  más tarde, hasta la noche.
Pascal caminó lo más rápido que pudo hacia el Metro, con ese pensamiento igualmente apresurado que hace extraño al mundo y también lo hace cómplice. El paso de la gente era igual que siempre, nadie tenía tiempo de detenerse y el encuentro con ese loco le había quitado buena parte de la mañana. 
No tenía trabajo, eso era lo único cierto, y nadie se iba a preocupar por eso.













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